Cuesta Zaldua
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Unas doscientas personas, de las casi veintisiete mil almas que la habitan, se reunieron alrededor de la gruta del Divino Niño, cerca del puente de Quebradaseca, para iniciar la procesión. Subieron la cuesta por uno de los caminos empedrados hacia la iglesia de Altos del Rosario. Los creyentes llevaban en las manos ramos prohibidos de hojas de palma de cera, el árbol nacional que tarda décadas en crecer, a pesar de la campaña para sustituirlas por retoños de chirlobirlos, saucos y otras especies nativas.
¿Ya se bañó en el Magdalena? me preguntó Martín, un anciano pescador.
No respondí. Y no creo que tenga ganas de hacerlo.
Antes de morirse, dijo, mientras lanzaba la atarraya, todo colombiano debería ver el río, bañarse en el río, pescar en el río y navegar por el río para descubrirlo. Yo lo hice. El Magdalena es sagrado.
Tres días desayunando con vista al río Magdalena fue todo lo que necesitó Honda para conquistarme. La legendaria villa queda saliendo de Bogotá por la Ruta Nacional 45 o Ruta del Sol, la carretera más larga del país, a 147 kilómetros de distancia, en el valle que forma el gran río de aguas cenagosas, en medio de la imponencia de las cordilleras Central y Oriental, en el ángulo imaginario formado por el paralelo 5º, de latitud norte, y el meridiano 74º, de longitud oeste, a una altitud de 225 metros sobre el nivel del mar, sobre colinas y terrazas prehistóricas, entre el bosque seco tropical. El clima de la villa es cálido y saludable. Las ceibas y los samanes de las plazas dan buena sombra y por eso es uno de los destinos apetecidos por los turistas de tierra fría para descansar.
Cerca del puente Negro, Martín arrojó la atarraya.
Hace unos días –dijo– vi un bagre rayado como de tres metros.
Cinco siglos atrás, Honda había sido un asentamiento de guerreros temibles que fueron además agricultores dedicados, sutiles alfareros y grandes pescadores. Los ondas, quares y yebes habitaban ambas márgenes del río Magdalena. Pertenecían a la etnia panche y eran parientes de los caribes. Practicaban el canibalismo ritual y coleccionaban como trofeos de guerra las cabezas de sus enemigos. Los primeros conquistadores que arribaron a Honda debieron toparse con diez bohíos con muros de bahareque y techos de paja.
Al principio, la villa me pareció un pueblo de tierra caliente como cualquier otro, de casas de colores pastel, arquitectura vernácula y gente ociosa. Un lugar pintoresco. Sin embargo, el trazado de la ciudad, su centro histórico, los rasgos coloniales de ciertas casas, la presencia de algunas villas centenarias, semejantes a las de Cartagena o Barranquilla, las calles retorcidas y empedradas, el aire español y la memoria nostálgica de sus habitantes, me hicieron imaginar un pasado ilustre de hombres prósperos.
Para conocer cómo se formó la ciudad y en qué radica su importancia patrimonial, hay que hacer un recorrido por la calle del Remolino o carrera once hasta los orígenes de la villa, donde iniciaba el camino de ascenso hacia Mariquita.
El improvisado embarcadero dio origen a un puerto en el siglo XVII, que siglos después se llamó Caracolí, por el árbol con que los indígenas construían sus bohíos y canoas. Por allí entraron los conquistadores y los esclavos africanos. Simón Bolívar entró y salió dos veces por ese puerto. La última vez para ir a morir, como lo relata García Márquez en El general en su laberinto. Por allí salieron el oro, la plata, las esmeraldas, la sal, el pescado abundante, la madera, la quina, el cacao, el café y el tabaco.
Por ese cruce de caminos entraron para ser distribuidos los pianos, las vajillas, las sedas, las tejas de cinc, las armas de fuego y las aceitunas. Pero también la gripa y la viruela. Los libros y las ideas. Gracias a su ubicación geográfica, durante muchos siglos Honda fue unos de los puertos fluviales más importantes del país.
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.Catedral Nuestra Señora de El Rosario y Plaza José León Armero
.Desde el puente de Arrancaplumas, ubicado en la parte baja de la ciudad, se observa, en lo alto, la parte vieja de techos de teja roja y paredes blancas. De balcones. El censo de principios de los noventa contabilizó aproximadamente 770 viviendas con valor patrimonial.
En la cuesta de la calle del Remolino se encuentra el convento de la Popa de los agustinos. El frontispicio, pintado de blanco con cenefas azules, aún se conserva. La capilla de los Franciscanos, devastada por el terremoto, es hoy la plaza de mercado, un edificio neoclásico y simétrico que evoca al Partenón griego, en donde se pueden conseguir las frutas más variadas de la región.
Las fachadas de las casas del barrio El Carmen conservan los ojos de buey para la ventilación, sustituidos en las viviendas modestas con celosías, los balaustres de madera que recuerdan el pasado colonial y las rejas de hierro forjado a la república. El pasaje Gutiérrez es una calle estrecha con árboles y casas a lado y lado fue una de las primeras calles peatonales de Colombia.
Honda fue una ciudad de encomenderos. De indios, esclavos y mestizos. Una villa donde alguna vez se escucharon los acordes de los pianos Steinway & Sons, made specially for tropical climates, que aún se conservan en ciertas casas. De fiestas en el prostíbulo de Tulia Manzanares, La Pilda, la matrona más célebre de la villa en la década de los treinta, en donde se celebraban negocios exitosos. En este antiguo burdel de la calle Quebradaseca, que hoy es una casa de familia, los hermanos Guzmán despilfarraron las miles de macuquinas de oro del tesoro español que descubrieron en la isla del Mesuno. Cerca de quinientas monedas reposan hoy en una sala del Museo de Numismática del Banco de la República, en Bogotá. Un pasado, en fin, de amantes entrando al Teatro Romance para ver películas mudas. O al Teatro Unión, de bella arquitectura art déco.
Durante la Colonia, Honda fue el puerto fluvial más importante del Nuevo Reino de Granada por su ubicación estratégica. Los raudales que se forman en el río Magdalena cuando pasa por la villa, en su camino hacia el mar, la convirtieron en un sitio privilegiado para el comercio y la pesca. El Magdalena fue el proveedor de ricos y de pobres, dice Jaime Torres, un abogado que vive desde hace unos años en la casa de lata. Hecha de tejas de cinc americano, la vivienda fue el campamento del ingeniero Francisco Cisneros, un dandi perfumado e intrigante, que en 1881 inició la construcción del ferrocarril Honda-La Dorada. Hoy es un restaurante. La historia de Honda, cuenta la historiadora Ángela Inés Guzmán en Honda, la ciudad del río, surgió paralela con la historia del río y sus esplendores se encuentran íntimamente relacionados.
–¿Sí ha pescado algo? –le pregunté otro día a Martín.
–Voy a atrapar ese bagre.
–¿Desde hace cuánto es pescador?
–Desde que se fundó el barrio donde vivo.
–¿Dónde vive?
–En La Magdalena –dijo Martín–, el barrio con los callejones más estrechos del mundo.
–Voy a atrapar ese bagre.
–¿Desde hace cuánto es pescador?
–Desde que se fundó el barrio donde vivo.
–¿Dónde vive?
–En La Magdalena –dijo Martín–, el barrio con los callejones más estrechos del mundo.
Mientras los feligreses entraban a misa, contemplé los peces de la fuente de la plaza de Altos del Rosario y la escultura de la fuente. Son mojarras negras, dijo Hernán, un guía que conoce la historia del lugar; las puso allí el párroco de la iglesia, y las dos jovencitas esculpidas en piedra son las ninfas del agua.
Honda es diferente de otras ciudades patrimoniales de Colombia por su configuración urbanística. Aunque el terremoto de 1805 arrasó con muchas de las edificaciones coloniales, todavía se puede admirar en sus calles el estilo de vida de los españoles que se establecieron allí. Sus efectos, dice el historiador Armando Moreno en Honda: una historia urbana singular, coincidieron con el proceso de independencia, lo cual supuso a una gente dispuesta a rechazar las ataduras con un pasado que era necesario sepultar.
Honda resurgió a finales del siglo XIX con la navegación a vapor. Por el Magdalena flotaban hasta 133 barcos de carga y pasajeros. Mientras el río fue la arteria de las comunicaciones –escribió Ángela Inés–, Honda disfrutó del esplendor urbano.
La trama de la ciudad es única. Si uno la mira desde el río, parece hecha sobre terrazas. El trazado irregular de las vías parece que no fue planificado, sino que surgió de manera espontánea y natural. Honda no tiene una plaza principal como Tunja o Popayán, con la iglesia, el cabildo y la horca en un mismo lugar, porque no tuvo acto fundacional. Por eso no forma una cuadrícula como un tablero de ajedrez. Su formación fue orgánica. En un principio, la villa fue el embarcadero de la ciudad de Mariquita. Desde allí se desplazaban los pasajeros y la carga hacia el interior a pie, a caballo o en mula. Por esa configuración urbanística, la iglesia principal de Honda está en la plaza de Altos del Rosario y la Alcaldía, en la plaza de las Américas, porque en un principio Honda solo fue un lugar de paso.
Honda es la única ciudad del país que llegó a tener cerca de cuarenta puentes. Actualmente, permanecen en pie los cuatro que están ubicados sobre el río Gualí, los dos sobre el Magdalena, el de Quebradaseca, el de la quebrada Perico, uno sobre el Guarinó, uno pequeño en caño Concha, dos por el embarcadero y el del Coscorrón. Al puente Pearson, por donde pasaba el ferrocarril, que era el más bello arquitectónicamente, se lo llevó el río Gualí. Durante siglos, la historia de Honda estuvo ligada a la reconstrucción del puente López sobre el Gualí. Primero fue construido con piedra, luego con madera, después con hierro y finalmente con concreto.
La calle de las Trampas, ceñida a la topografía de la meseta, así como la mayoría de las calles de la parte histórica están empedradas.
–¿Pudo pescar el bagre? –le pregunté a Martín.
No respondió, pero le tengo unos bocachicos.
–Hace calor –dije.
–Si el paraíso fuera así de caliente –dijo Martín–, quedaría en Honda.
No respondió, pero le tengo unos bocachicos.
–Hace calor –dije.
–Si el paraíso fuera así de caliente –dijo Martín–, quedaría en Honda.
Los enormes bagres rayados que se pescaban en el río eran solamente un dibujo de Désiré Roulin, un cuadro colgado en el Museo Nacional de Colombia, parte de la memoria y el recuerdo.
MIGUEL ÁNGEL MANRIQUE
Especial para EL TIEMPO
Acerca del autor: Ganó con su novela ‘Disturbio’ el Premio Nacional de Literatura 2008, del Ministerio de Cultura.
Especial para EL TIEMPO
Acerca del autor: Ganó con su novela ‘Disturbio’ el Premio Nacional de Literatura 2008, del Ministerio de Cultura.
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/pueblos-patrimonio-honda-la-localidad-tolimense-llena-de-historia/16384139
1 comentario:
Interesante el artículo de este periodista. Nuestra ciudad Honda es un legado pleno de historia, sus leyendas, sus mitos, su floclor, los saberes populares, sus sonidos, el ir y venir de su gente por los puentes, su caminar por sus calles estrechas, la calidez de las personas, todo esto y mucho más le comunican su personalidad y carácter. Así como usted, Tiberio, en sus escritos y aportaciones nos trae frecuentemente el recuerdo y el espíritu que anima nuestra ciudad. Gracias.
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