Base Militar Palenquero, Puerto Salgar, Cundinamarca7.38 am
El trayectoDespués de un recorrido de más de 100 kilómetros comprendidos entre Bogotá, Honda, y municipios de los departamentos de Cundinamarca, Caldas y Tolima, la expedición Gritos que cambiaron la historia, llegó anoche a la Base Militar Palenquero en Puerto Salgar, Cundinamarca, a las 7.50 pm.
Saliendo con un retraso de cuarenta y cinco minutos con respecto a los tiempos citados en agenda, la Expedición partió a su recorrido en dos buses que llevaban a los 17 expedicionarios y expedicionarias, a los gerentes de Literatura, Julián David Correa, Audiovisuales, Sergio Becerra, y Artes Plásticas, Jorge Jaramillo, a invitados especiales como los maestros Gustavo Zalamea, Giovanni de Filipo, las asesoras de danza Mónica Monroy y música Susana León por parte de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Luis Bernardo Campuzano, de la Casa Museo 20 de Julio, y el apoyo fundamental de la Cámara de Comercio de Bogotá para la producción exitosa de una travesía de diez días por la médula espinal de esta obra en marcha que algunos llaman Colombia.
Hasta Honda fue un trayecto de una sola parada, entre Villeta y Guaduas, de diez minutos, para fumar los sempiternos cigarrillos y beber el tinto que une a tantos y tantos en una carretera sin nombre que se esfuerza por no ser devorada por la manigua natural de la cordillera. Durante tres horas y media, el viaje consistió en reponer las horas perdidas de sueño, acercarse a la persona de al lado para conocer por qué estaba aquí y qué lo motivaba, y adentrarse en el azul del cielo reticulado por las ventanas del bus que nos iba envolviendo a medida que los buses aumentaban kilómetros y kilómetros, alejándonos del centro para acercarnos al río, sus puertos, sus gentes.
HondaAvanzando por la Ruta Mutis, llegamos a San Francisco de Honda a las 11.34 am. En lo que sería una estación de siete horas, que incluyó una caminata que partiría del Puente Navarro y terminaría con un concierto de música colombiana en la nave principal de Catedral de de Altos de Nuestra Señora del Rosario, emprenderíamos el principio de nuestra causa: ir despojándonos, gradualmente, de todas nuestras certezas.
Fue un solo momento de iluminación que inició cuando Sandra Buenaventura, una de las expedicionarias que tiene como proyecto recolectar recetas de platos típicos rivereños, al salir del bus, percibió la ráfaga creciente de calor y dijo “y eso que esto está suavecito”, que aún no concluye: un continuo de imágenes, palabras y sensaciones que neutralizó todos los supuestos previos que teníamos con respecto a la Expedición: sería el primer paso de una transformación en la cual borraríamos las barreras que nos distinguían como observadores para transformarnos en parte, en acción, en sujetos dentro de las dinámicas locales de las ciudades.
Todo en Honda es caudal: el centro cultural a la orilla del río, la información amplia y rigurosa de Tiberio Murcia Godoy, nuestro guía e historiador de la ciudad, pasando por las rebosantes notas de la banda del colegio Alfonso López Pumarejo y la orquesta del Conservatorio, hasta la canícula de luz que desaparecería antes de las seis para dar paso al aguacero que concluiría en la madrugada.
Será una constante durante todos estos días: las calles, las personas, las historias: todas contando, todos abriendo sus casas, todas pidiéndonos atención en su grado máximo para que cada una de las iniciativas estén impregnadas por ellas, por ellos, por todos. Ninguna acción, ningún instante pueden ser desperdiciados: una conversación de café, una imagen que debe ser plasmada en una sombra, la voz de los mayores observando el prodigio de los visitantes, los balcones y las terrazas aguardando. Hay un pacto tácito entre todos y todas para sumergirse, para olvidarse y para actuar.
El Río
Honda impregna: el río forjó su puerto y su cultura de casas bajas, callejones moriscos, aldabas herrumbradas, y ecos de lenguas francas que atestiguaron su condición de puerto. El café rendez-vous, por ejemplo, esperando aún a los comerciantes. O la música, que suena más nuestra en ese preciso instante en que ya creías que la fusión era la respuesta. Las raíces nunca se han perdido, y en la nave de la iglesia, mientras acompañábamos con palmas el son de un estándar, descubrí que ese sonido estaba fuertemente enlazado con el clavado de los niños en las aguas. O con las gotas de lluvia que golpeaban los techos y las calles, mientras la Orquesta del Conservatorio tocaba. Estaba fuera y dentro, y en un momento ya no estaba.
Cuando regresábamos, todos reíamos, lo cual era una señal de la música y su influjo: “Ya vendrá la pista, el momento de bailar” –pensé, y cuando llegamos a la base militar, en algún momento deseé lanzarme al río que está tan cerca, aguardando, porque cuando nadas, cuando braceas, danzas.
Y con este símbolo, bajo un mal sueño, esta mañana me senté a unos 50 metros del río a poner en orden las líneas, los trazados, los esbozos, mientras nos hablaban de la historia de la base, se armaba un debate sobre nuestro militarismo y nuestra violencia –sobre el que haré una entrada mañana-, y todos venían hasta el pc a pedir que bajáramos las fotos, que buscáramos un tinto, que acordáramos exactamente a qué horas llegamos a Palanquero, que nos montáramos rápido a los buses para ver los k-fir de la fuerza aérea –uno de ellos pasa ahora mientras tú lees estas líneas- y yo pensaba que esta luz no es la misma que he visto siempre.
11.47 am
El trayectoDespués de un recorrido de más de 100 kilómetros comprendidos entre Bogotá, Honda, y municipios de los departamentos de Cundinamarca, Caldas y Tolima, la expedición Gritos que cambiaron la historia, llegó anoche a la Base Militar Palenquero en Puerto Salgar, Cundinamarca, a las 7.50 pm.
Saliendo con un retraso de cuarenta y cinco minutos con respecto a los tiempos citados en agenda, la Expedición partió a su recorrido en dos buses que llevaban a los 17 expedicionarios y expedicionarias, a los gerentes de Literatura, Julián David Correa, Audiovisuales, Sergio Becerra, y Artes Plásticas, Jorge Jaramillo, a invitados especiales como los maestros Gustavo Zalamea, Giovanni de Filipo, las asesoras de danza Mónica Monroy y música Susana León por parte de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, Luis Bernardo Campuzano, de la Casa Museo 20 de Julio, y el apoyo fundamental de la Cámara de Comercio de Bogotá para la producción exitosa de una travesía de diez días por la médula espinal de esta obra en marcha que algunos llaman Colombia.
Hasta Honda fue un trayecto de una sola parada, entre Villeta y Guaduas, de diez minutos, para fumar los sempiternos cigarrillos y beber el tinto que une a tantos y tantos en una carretera sin nombre que se esfuerza por no ser devorada por la manigua natural de la cordillera. Durante tres horas y media, el viaje consistió en reponer las horas perdidas de sueño, acercarse a la persona de al lado para conocer por qué estaba aquí y qué lo motivaba, y adentrarse en el azul del cielo reticulado por las ventanas del bus que nos iba envolviendo a medida que los buses aumentaban kilómetros y kilómetros, alejándonos del centro para acercarnos al río, sus puertos, sus gentes.
HondaAvanzando por la Ruta Mutis, llegamos a San Francisco de Honda a las 11.34 am. En lo que sería una estación de siete horas, que incluyó una caminata que partiría del Puente Navarro y terminaría con un concierto de música colombiana en la nave principal de Catedral de de Altos de Nuestra Señora del Rosario, emprenderíamos el principio de nuestra causa: ir despojándonos, gradualmente, de todas nuestras certezas.
Fue un solo momento de iluminación que inició cuando Sandra Buenaventura, una de las expedicionarias que tiene como proyecto recolectar recetas de platos típicos rivereños, al salir del bus, percibió la ráfaga creciente de calor y dijo “y eso que esto está suavecito”, que aún no concluye: un continuo de imágenes, palabras y sensaciones que neutralizó todos los supuestos previos que teníamos con respecto a la Expedición: sería el primer paso de una transformación en la cual borraríamos las barreras que nos distinguían como observadores para transformarnos en parte, en acción, en sujetos dentro de las dinámicas locales de las ciudades.
Todo en Honda es caudal: el centro cultural a la orilla del río, la información amplia y rigurosa de Tiberio Murcia Godoy, nuestro guía e historiador de la ciudad, pasando por las rebosantes notas de la banda del colegio Alfonso López Pumarejo y la orquesta del Conservatorio, hasta la canícula de luz que desaparecería antes de las seis para dar paso al aguacero que concluiría en la madrugada.
Será una constante durante todos estos días: las calles, las personas, las historias: todas contando, todos abriendo sus casas, todas pidiéndonos atención en su grado máximo para que cada una de las iniciativas estén impregnadas por ellas, por ellos, por todos. Ninguna acción, ningún instante pueden ser desperdiciados: una conversación de café, una imagen que debe ser plasmada en una sombra, la voz de los mayores observando el prodigio de los visitantes, los balcones y las terrazas aguardando. Hay un pacto tácito entre todos y todas para sumergirse, para olvidarse y para actuar.
El Río
Honda impregna: el río forjó su puerto y su cultura de casas bajas, callejones moriscos, aldabas herrumbradas, y ecos de lenguas francas que atestiguaron su condición de puerto. El café rendez-vous, por ejemplo, esperando aún a los comerciantes. O la música, que suena más nuestra en ese preciso instante en que ya creías que la fusión era la respuesta. Las raíces nunca se han perdido, y en la nave de la iglesia, mientras acompañábamos con palmas el son de un estándar, descubrí que ese sonido estaba fuertemente enlazado con el clavado de los niños en las aguas. O con las gotas de lluvia que golpeaban los techos y las calles, mientras la Orquesta del Conservatorio tocaba. Estaba fuera y dentro, y en un momento ya no estaba.
Cuando regresábamos, todos reíamos, lo cual era una señal de la música y su influjo: “Ya vendrá la pista, el momento de bailar” –pensé, y cuando llegamos a la base militar, en algún momento deseé lanzarme al río que está tan cerca, aguardando, porque cuando nadas, cuando braceas, danzas.
Y con este símbolo, bajo un mal sueño, esta mañana me senté a unos 50 metros del río a poner en orden las líneas, los trazados, los esbozos, mientras nos hablaban de la historia de la base, se armaba un debate sobre nuestro militarismo y nuestra violencia –sobre el que haré una entrada mañana-, y todos venían hasta el pc a pedir que bajáramos las fotos, que buscáramos un tinto, que acordáramos exactamente a qué horas llegamos a Palanquero, que nos montáramos rápido a los buses para ver los k-fir de la fuerza aérea –uno de ellos pasa ahora mientras tú lees estas líneas- y yo pensaba que esta luz no es la misma que he visto siempre.
11.47 am
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