martes, 26 de marzo de 2013

Museo Alfonso López, presento en el Asilo San Antonio la exposición fotográfica "Honda en la lente del Maestro Alvaro Gamboa Fajardo"

 Dr. Manuel Guillermo Suarez Rojas, Director de la Casa Museo Alfonso López Pumarejo, hace la apertura de la exposición fotográfica "Honda en la lente del Maestro Alvaro Gamboa Fajardo", el domingo 24 de marzo del presente año en el  Hogar Asilo San Antonio. 
Publico asistente. 





Los niños tambien tuvieron su espacio.
Fotografías. Esp. Tiberio Murcia Godoy. Domingo 24 de marzo de 2103.

domingo, 24 de marzo de 2013

Crónicas. Subienda: el ciclo fecundo de La Magdalena Juan Alberto Gómez Duque. Fotografías del autor.

 Vicente Salas vino al mundo a pescar. Su padre no tenía por qué saberlo, ni para qué. Poco importan las vocaciones cuando se nace a orillas del río grande de La Magdalena y el pulso de los años se mide en subiendas: la pesca se impone por destino y por necesidad.
“Tenía cuatro años cuando mi papá murió, pero me acuerdo cuando caminaba detrás de él, de peñón en peñón, y lo veía lanzar la atarraya mientras mi mamá ayuntaba el nicuro”, relata ahora Vicente, cincuenta años después, jalando la chinchorra que, a medida que se cierra contra la orilla, deja escuchar el chapoteo de los peces en la superficie del agua.
Por los meses de enero a marzo de cada año, Vicente llega a este sitio del río llamado San Fermín con su compañero Ómar Betancur, arman su ranchería y repiten la faena de tantos años, cuya acción principal denominan lance: extender la red trazando un semicírculo contra la orilla, e irla cerrando para ensenar los peces, que terminan agitándose en la ribera lodosa en un reverbero plateado y un palmoteo de aletas.
“El día de nosotros es la noche. Comenzamos a las ocho y echamos lances cada hora. Por la mañana, uno de los dos saca el pescado a vender al comercio de La Dorada, mientras el otro se queda haciendo la comida. Así se nos van los días en subienda”, refiere Ómar.
El calor del día los hace preferir la noche, pero también el ruido de personas y motores de canoas que ariscan el pescado. “En la noche hay menos bulla y el pescado sube más orillao”, explica Vicente. Por supuesto, los peces no le huyen al silencio nocturno de La Magdalena, populoso de grillos, ranas, cigarras, murciélagos y remotas alarmas de guacharacas. “Pero si usted pudiera ir a esta hora a Honda y a Puerto Bogotá, donde yo nací, vería el gentío pescando día y noche”.
“La subienda es como una piñata”, comenta Vicente; y él desde muy niño se preparó para la fiesta: “en el barrio cosíamos pedazos de redes viejas y les aplastábamos tapas de gaseosa a los extremos como semejando las plomadas, entonces las lanzábamos en los solares y decíamos que las hojas, los palitos y las piedritas que cogíamos eran los pescados”. Así, el juego los iniciaba en el oficio familiar, común a muchos habitantes de Honda y Puerto Bogotá, las dos poblaciones que se miran, cara a cara, desde las orillas del Magdalena, entre los departamentos de Tolima y Cundinamarca.
La subienda es migración de peces, pero también lo ha sido de pescadores a lo largo del río Magdalena, y un día Vicente cogió su canalete y se fue río abajo a encontrar la desembocadura del río La Miel, donde la pesca era abundante y el río encantador. Estacionó su canoa en el corregimiento Buenavista del municipio de La Dorada, le gustó el lugar y se quedó a vivir. Pero cada año, por subienda, sigue levantando el cobertizo de paja que constituye la ranchería en el sitio San Fermín, sobre el Magdalena, a unos veinte minutos en canoa desde Buenavista; y aunque ya tiene motor y usa carpas en vez de plásticos, el ritual y la ilusión siguen siendo los mismos. “Antes, los pescadores nos movíamos más por el río; una canoa con motor remolcaba otras cuatro o cinco hasta los sitios de pesca, pero ya nos volvimos más estacionarios en las rancherías y ya nadie tira canalete. El precio del pescado tampoco justifica moverse, por el costo de la gasolina”, me sigue contando Vicente mientras selecciona los nicuros y bocachicos, cuidando bien de que sigan tocando el agua debajo de la red para devolver los más pequeños al río.
He contado cinco lances y la pesca es buena. Vicente y Ómar extienden el chinchorro, seleccionan los peces y los depositan en un cajón de 160 centímetros de largo, 60 de ancho y 40 de alto que permanece medio sumergido en el agua, para mantener el pescado vivo y entregarlo más fresco. El último lance es a las cuatro de la mañana y hay que apurarse a ensartar el pescado para llevarlo a vender. Lo derraman sobre un plástico, pero antes hay que rayar los nicuros, es decir, hacerles una incisión en el vientre para permitir que el hielo enfríe mejor las vísceras. “Ahora hacemos yuntas hasta de 35 pescados que pesan entre cuatro y cinco libras pa venderlas a tres o cuatro mil pesos, dependiendo de cómo esté el mercado, cuando hace quince años las hacíamos con diez pescados”, apunta Vicente. Con el desgaste del recurso se hace difícil cumplir con las tallas mínimas, que para el nicuro es de 18 centímetros y para el bocachico de 25.
El carraspeo desapacible de las guacharacas va llenando el aire, y las líneas del horizonte definen mejor las franjas que van entre el gris claro de la masa de agua, el azul oscuro de la vegetación y el gris azulado del cielo que empieza a insinuar la claridad. Vuelan los primeros cormoranes, y los cantos de chilacos, torcazas, trespiés y sanjuaneros compiten con las nubes de golondrinas atravesadas por el vuelo de garzas estridentes. Diviso otras tres rancherías que deben estar consagradas a la misma tarea que apura a Vicente y a Ómar, porque a las seis deben estar listos en el lugar adonde llega la camioneta en la que transportarán el pescado hasta el mercado de La Dorada. Cuarenta sartas llenan el vientre de la canoa. Vicente toma un baño en el río y prende el motor.
Apenas se disuelve el ruido del motor, tomo súbita conciencia del peso de la noche y el rudo trabajo en el rostro de Ómar. Me invita a la ranchería y se ocupa de encender el fuego. Con un gesto amable rechaza mi ayuda y, aunque me siento inútil, el cansancio vence a la vergüenza lo suficiente para no insistir Me duermo en la hamaca con el efecto sedante de sus movimientos ceremoniosos y su voz serena de viejo pescador.
Cuando despierto, Ómar sigue hablando. Parece no importarle que el sueño le hubiera robado mi atención. Me ofrece tinto con pan. “Pal almuerzo voy a preparar viudo de pescado”, me dice y se acuesta un rato.
Mirando el río es inevitable notar el vuelo constante de los rayadores cerca de la ribera, que abren el pico para trazar con su mandíbula inferior una incisión fugaz sobre la superficie del agua buscando alevinos. Su tamaño, de unos cincuenta centímetros, la envergadura de sus alas, de más de un metro, así como el color blanco rotundo de su parte frontal, que contrasta con el negro del plumaje y el rojo de la base del pico, imponen su presencia en el paisaje e invitan a la contemplación; lo que en mi estado significa una invitación al sueño.
El Ojo de la Piñata
 En Puerto Bogotá conocen a Vicente por el apodo de “Tuna”, y así lo saludan cuando llego con él al barrio Patio Bonito, donde creció. “De pelao me decían pilatuna y con el tiempo me fui quedando Tuna”, me explica con una sonrisa. Su “vieja”, doña Emelina, se emocionó al verlo. Se le colgó del cuello, le puso su cabeza en el pecho y luego alzó la vista: “está flaco mijo”, le dijo. “Siempre he sido así mamá. ¿Ya no se acuerda?”. Por lo menos, yo puedo asegurar que desde hace tres años que lo conozco, lo he visto igual: ligero y ágil como una canoa de ceiba amarilla.
“Mucho gusto don Urbano”, saludo al hermano mayor de Vicente, otro veterano pescador que al enterarse de mi interés por la subienda se transforma en un surtidor de historias. No le oculto mi ansiedad por llegar al río, pero es difícil resistirse a tan experta inducción. “Aquí toda la ribera del río tiene sus dueños. No tienen títulos de propiedad pero se ha respetado la tradición. Cada punto de pesca es unacama, o sea que son sitios en la orilla que los pescadores arreglan con piedras y cemento cuando el río está bajito. El pescao se entra a descansar ahí pa superar la corriente y así es más fácil cogerlo con la atarraya”, me explica Urbano.
La propiedad o derecho de pesca en esos puntos se va heredando, y el número de propietarios no pasa de doce que se rotan en turnos de una hora. El propietario es libre de ceder o alquilar su turno, y en este caso el pescador es un turnero; pero para vender su derecho vitalicio debe consultar a los demás, que evaluarán al comprador: “si vemos que es una buena persona y que es de aquí, de pronto lo aceptamos”, complementa Urbano. Hace poco se vendió un derecho por seis millones de pesos, pero se han transado hasta por quince millones. “Es que pescar en un punto ya arreglao es muy diferente y le garantiza mejor pesca”, sentencia. La cotización del turno depende de la época y del precio del pescado, que fluctúa entre diez mil y cien mil pesos.
Domino mi excitación mientras me acerco. Desciendo torpemente por una callejuela y desemboco en La Magdalena. Una franja estridente de casas y cantinas flanquea el hervidero humano que se agita al lado del río. “Miré usted: aquí el río es más caudaloso y angosto, entonces los peces se orillan y es más fácil cogerlos”, me dice Vicente extendiendo la mano. En la ribera de enfrente, la de Honda, el hormigueo no es menor, pero son más evidentes los estragos del invierno, que la transformó en una montonera de rocas bajo una cornisa anómala de paredes sobre barrancos socavados. “Honda se quedó con la fama, pero la subienda tradicional se vive más en Puerto Bogotá”, me asegura otro pescador que se acercó a saludar.
En algunos sitios las camas están delimitadas por espigones de roca y concreto; incluso, en el extremo las coronan toscas plataformas acompañadas de una especie de poceta para echar el pescado. Este es el caso de El Fondazo, donde tiene el derecho doña Emelina, que lo heredó de su esposo don Jesús, y en el que pesca don Urbano. Pero también están lascamas de La Oreja, El Manso, El Chisguete, La Moya, El Moyete, La Mina, Piedra Rucia, La Plancheta, El Rebozo, El Ancianato, y unas sesenta más hasta el emblemático puente Luis Eduardo Andrade que une las dos poblaciones.
Todo comienza en El Remolino donde el caudal se estrella contra la peña y forma la moya de Santa Marta. Allí pescan con las atarrayas desde las canoas que circulan incesantes en todas las direcciones. El movimiento de la orilla corre por cuenta de los compradores, turistas y curiosos; también de las casetas en las que se vende licor al son de los vallenatos.
Cada arte y aparejo exige su destreza y hay quienes prefieren la cóngola, una especie de nasa, o red en forma de bolsa, sostenida en los extremos arqueados de dos largueros. Con ella escarban el fondo para atrapar los peces. En esta actividad, a la que llamanguambiar, Estiven, de once años quiere volverse experto para responder al desafío burlón de sus amigos del barrio La Caimana. “Me dijeron que yo no era capaz de pescar y por eso me vine a esta subienda. Ya he sacado varios peces y me ha parecido muy divertido. Ahora me respetan más”, declara Estiven parado en una roca e izando la cóngola como un estandarte.
Es domingo de puente festivo en pleno Carnaval del Río y el Pescador, la fiesta tradicional de Puerto Bogotá. El panorama confirma la definición de Vicente sobre la subienda. Todos se afanan por agarrar lo que más puedan, aunque la mayoría son pescadores ocasionales. “La subienda es una redención económica para mucha gente, también es diversión y encuentro. Para los niños es como un dulce”, cuenta Erzaín Castellanos, que llegó de siete años desde Villavicencio, aprendió el oficio y también es comerciante de pescado, que aquí llaman moinos.
El moino compra el pescado en la orilla, lo hace ayuntar y rayar para venderlo a los mayoristas. A las encargadas de ayuntar o ensartar el pescado en cogollos de palma de nolí o de iraca se les llama corincheras, y cobran cuatrocientos pesos por yunta o sarta, que se compone de unos treinta nicuros y se vende a cuatro mil pesos. Las guayungas son las sartas con nicuros de mejor tamaño y se venden hasta en quince mil pesos. “Tengo mucho que agradecerle a la subienda, con ella pago las deudas y le doy estudio a mis hijos”, dice Umbertina Olaya, que en un día puede armar ochenta yuntas.
A esta altura del recorrido Vicente se ha disuelto en la boruca, pero el ambiente cordial y la actitud abierta de la gente ya no exige anfitrión. Puedo moverme a mis anchas, entre rocas, atarrayas y cóngolas, pescando entrevistas y observando.
 Los baldes se llenan con nicuro, bocachico y capaz. Familias enteras disfrutan la faena, los peces se cogen hasta con las manos y las atarrayas apenas exigen esfuerzo para desplegarlas. Así encuentro a Andrés de doce años y a Elibeth de diez, seleccionando el pescado que su papá, Luis Sandoval, les acerca enredado en la atarraya. “Soy de Abejorral, Antioquia y hace 34 años trabajo en la subienda, pero el resto del tiempo sobrevivo de la venta de agua y gaseosa en los buses y de las cosechas de café en pueblos como Villeta, Guaduas, Sasaima y La Vega. También voy a Antioquia y a Caldas”.
Elibeth no se muestra menos cordial: “Me gusta venir acá, es más divertido. Juego con los nicuros y le ayudo a mi papá”. “Yo juego en la arena mientras ayudo a desengravillar el pescado”, dice Andrés antes de saltar a mirar un pez que cayó en la red. Él encontró un blanquillo y yo lo perdí a él. Pero hallé a don Gonzalo Rojas, el pescador más antiguo de Puerto Bogotá. “Póngale cuidado pues mijo porque no le voy a repetir”, levanta el índice sin hacer caso de la grabadora. “Llevo 55 años dedicado a la pesca y cuando comencé aquí había una sola canoa. Nos tocaba llevar el pescado hasta la estación del ferrocarril, desagallao y estripao. Póngale biencuidao. Allá me lo comparaba Plutarco Díaz, y si a uno lo dejaba el tren perdíamos el pescado”. Don Gonzalo desgrana nombres de viejos pescadores: todos muertos. “Yo también me voy a morir en el río porque no sé hacer otra cosa. La subienda es el pulmón de Puerto Bogotá, le da trabajo hasta a los viejos que ya no contrata nadie. No se le olvide lo que le digo. Escríbalo bien”.
  
El pan que hornea el río
Me despierto en la hamaca con la voz de don Gonzalo en la cabeza: “ponga cuidao. Escríbalo bien”. Los rayadores siguen pasando y Vicente ya ha regresado: parece satisfecho. El calor sube. Mientras Ómar prepara el viudo de pescado, Vicente habla. “Los peces salen gorditos de las ciénagas y aprovechan las crecientes de la temporada lluviosa de noviembre para salir al río a reproducirse desde el mes de diciembre. Van subiendo y quemando grasa. Ya después, en abril, bajan poniendo los huevos, principalmente en las bocas de los caños que comunican las ciénagas con el río. Yo he visto el agua agitada y el ruido de los peces cuando los fecundan. Los alevinos entran a las ciénagas y allí se crían. Ese es el ciclo de la subienda”.
Con la deforestación y la desecación de ciénagas para la ganadería, la contaminación minera, los pulsos irregulares de las crecidas producidos por la liberación de grandes masas de agua de los embalses, entre otros, la subienda, y en general la pesca artesanal, viene sufriendo graves impactos. Y aunque conserva ese aire festivo, la piñata es cada vez más incierta.
Vicente no es optimista, pero se esfuerza por mantener el oficio con el mismo espíritu vivaz que refleja en su rostro. Habla también con la serenidad y la paciencia que otorgan lo ríos. “Ningún aparejo de pesca es de por sí dañino, sino que es el pescador el que debe manejarlo bien; por ejemplo: no coger si no está garantizada la venta, tratar de respetar las tallas. Y hay que cuidar las moyas, que son las barreras o meandros naturales que remansan el río y reducen la erosión de las orillas…”.
Se interrumpe para ayudar a servir el viudo de pescado. Para eso extiende maderos sobre los que apoya tablas. Luego las cubren con hojas de plátano y cuidadosamente van sirviendo arroz, yuca y papa. Los nicuros hacen cadena con los bocachicos, rodeando el plato. Ómar y Vicente invitan a comer. Cruzan las piernas. Observo sus torsos desnudos, la expresión reposada, el alimento dispuesto: el sentido íntimo de la subienda concentrado en un instante.
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Tomado de:
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http://www.universocentro.com/NUMERO33/SubiendaElciclofecundodeLaMagdalena.aspx

El pescador más viejo de Honda Por Simón Posada Tamayo



A sus 82 años, Miguel de los Santos Prada puede decir que ha pescado en todos los ríos de Colombia.

Miguel de los Santos Prada, el pescador más viejo de ese puerto olvidado del Magdalena, describió con toda naturalidad una imagen que sólo podría hacer parte de una película. Y no de cualquier película. Quizá de Apocalypses Now. O de Holocausto Caníbal. O de un libro, El corazón de las tinieblas. O de Meridiano de sangre. O, incluso, uno podría pensar de inmediato en uno de los grabados que Gustave Doré hizo sobre el viaje de Dante por el Infierno. Sus historias en los grandes ríos de Colombia -del Amazonas al Magdalena- se pueden clasificar con ese término manido del realismo mágico, de los tiempos en que "el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
-¿Cuál ha sido la ocasión en que ha sentido más miedo en los ríos de Colombia?
Una vez, más abajo de Badillo, en el departamento de Magdalena, llegamos a un retén llamado Paloblanco, y nos encontramos con que las piedras que se veían en la orilla del río eran calaveras de seres humanos, y se movían con las olas que hacía el barco.
-¿Calaveras humanas? ¿De quién?
Yo creería que eran cabezas de liberales. El país estaba manejado por un régimen conservador y ellos se inventaron eso, las decapitaciones, y el corte de franela [Harvey, uno de los estudiantes, que también es pescador, a sus catorce años, hizo en ese momento un signo de horror cuando vio a Miguel cortarse el cuello con su dedo índice]. En esa época -1955- decapitaban a la gente y la tiraban al río. Era un pedregal de cabezas. Durante cinco, diez minutos, navegamos delante de calaveras en la orilla. Eso era una escena espantosa.
-¿Y usted era liberal o conservador?
Liberal, porque mi mamá me enseñó así. Ella se vestía de rojo, hablaba muy bien en público. Todavía recuerdo una moña grande roja que se ponía en la cabeza para ir a votar. Hoy en día ya no soy nada.
-¿Por qué dejó de ser liberal?
Porque los políticos fueron los que se inventaron el sicariato.
-¿Y alguna vez corrió peligro por sus creencias políticas?
Sí, a mí me desplazaron. Mi mamá ya había muerto y yo vivía con unos amigos, la familia Díaz, en Yeguas, aquí cerca de Honda. Todo pasó una noche: estábamos pescando en la orilla. Hacíamos un lance, poníamos el chinchorro [-que es una especie de red de hasta 350 m de largo-] y nos echábamos a dormir un poquito. Pero de un momento a otro oímos un quejido y un tropel de gente en la orilla, río abajo. Alguien nos gritó "están matando a Víctor Triana", otro pescador liberal. Entonces nosotros fuimos a la casa, sacamos a los viejitos que vivían con nosotros, y nos escapamos a La Dorada en las canoas. Allá llegamos sin ropa ni nada.
-¿Cuántos días estuvieron en La Dorada?
43 días, hasta que decidimos regresar a la casa a ver qué podíamos rescatar de comida y de ropa. Eso fue pavoroso. Llegamos a la casa y los animales lo veían a uno y salían corriendo de huida. Para coger cuatro gallinas nos tocó matarlas a garrote, y un pisco.
-¿Por qué huían los animales?
El animal se vuelve silvestre al sentirse solo. Ya 45 días aguantando hambre los animalitos, sin verlo a uno, eso es natural. Y le cogen miedo a los humanos.
-¿Qué perdieron?
Nosotros decíamos que éramos ricos en esa casa, porque no nos faltaba nada. Teníamos pescado, plátano, de todo. Y cada ocho días íbamos a vender nuestras cosas para comprar lo que no podíamos producir: café, sal, cebolla, arroz, azúcar, panela.
-En esa época no había aceite. ¿Cómo cocinaban entonces?
Usábamos el aceite del pescado. Abríamos el pescado, le sacábamos las vísceras y le quitábamos con cuidado la grasa, los gordos. Eso lo freíamos y lo guardábamos para cocinar. Todo termina por saber a pescado, el arroz, el huevo.
-¿A qué edad empezó a pescar?
Empecé a los doce años. Me llevaban al río de "corinche", así les decían a los cocineros de los pescadores, porque así también les decían a los cocineros de los obreros que construyeron el ferrocarril.
-¿Usted recuerda el primer pescado que sacó en su vida?
Yo no me acuerdo, porque no saqué uno, sino muchísimos. Pesqué fue cantidades. Lancé la atarraya y en el primer lanzamiento agarré doscientos nicuros, esos pescaditos chiquitos que preparan en sudado. Mi primer día de pesca fue en una subienda. Éramos seis pescadores en tres canoas, y nos vinimos de Flandes a un sitio lejos, río abajo, hacia un lugar llamado Bizcochuelo.
-¿Cuál ha sido el pescado más grande que ha tenido entre las manos?
Muchos. Un día ayudé a sacar un valentón en el Putumayo, que también se conoce como bagre laulau, que puede llegar a pesar 300 kg. También saqué un pirarucú, en el Amazonas, de ocho arrobas [cien kilos]. Cerca de Leticia llegué a ver pirarucús de 24 arrobas [trescientos kilos]. Pero con anzuelo, que uno pueda decir que haya peleado con el pescado, fue un bagre de 76 libras, aquí en Caracolí, donde quedan las bodegas de pescado de Honda. Duré luchando con él de quince a veinte minutos. El bagre se cansa rápido. Ese animal jala duro, entonces hay que aflojarle el nylon y recobrárselo hasta cansarlo. Eso es un manejo: jale y afloje. Y si él jala uno lo afloja, y si afloja, uno lo jala, hasta que el pez se cansa y termina en la canoa.
-¿Con qué pescaban en esa época?
Con anzuelo, con chinchorro, que es una red larga, y con atarraya.
-¿Cómo era su ropa de trabajo?
En esa época no se usaban pantalonetas de baño, sino chingas, una franja de tela que uno amarraba con un nudo de la misma tela. Era una especie de falda abierta por abajo. Y las mujeres usaban chingue, que era un vestido largo, entero. Pero ellas no pescaban.
-¿Alguna vez ha estado a punto de morir en el río?
Yo tuve tres o cuatro naufragios buenos, en los que perdí todo. El más fuerte fue allá mismo donde me iban a matar por liberal, en Yeguas, como a la una de la mañana. No nos ahogamos porque no era el momento de morir. Íbamos en una canoa, y en ese punto había una moya (un remolino). Nos levantó la canoa y nos tocó echar brazo, encontramos cada uno un pedazo de palo y nos montamos ahí hasta poder llegar a la orilla.
-¿Lo salvó el Mohán? ¿Usted lo ha visto?
No, no me salvó el Mohán, pero yo sí lo he visto muchas veces. Lo tuve de cerca, dígase, por ahí a unos quince metros. No nos esperó más.
-¿A quiénes no los esperó? ¿Usted iba con más gente?
Sí, éramos una cuadrilla de pescadores con un chinchorro. Yo no sé para qué nos esperaba, para que lo viéramos posiblemente, porque cuando ya nos le íbamos arrimando mucho se lanzó al río.
-¿Cómo es el Mohán?
El Mohán es una persona. Lo vimos acurrucado en un peñón. Es de color rojizo, de pelo muy mono, le brilla el pelo como le brilla el oro. Es muy velludo. Y lo vimos varias veces, ahí, en el mismo sitio, y a veces él se portaba repelente con uno. Uno veía el cardumen de pescado y le echaba la red y no cogía nada, hasta que uno se cansaba. Yo no sé por qué él hacía eso, no sé si era jugando o era peleando. Pero después de joderlo a uno y mandarlo a la casa cansado y sin plata, uno volvía al otro día y con un solo lance ya sacaba la pesca de un día.
-¿Qué otros personajes vio además del Mohán?
A la Patasola. ¡Yo la vi! Yo vi a la hembra. Yo iba en compañía de otro amigo, que era muy buen amigo conmigo, pero era muy irrespetuoso, muy atrevido con las mujeres. Él pasaba al lado de una y tenía que manosearla. Esa noche salimos del cine y nos fuimos para una taberna. Estaba todo claro, porque se veían todas las luces del pueblo, cuando de pronto salió una muchacha alta, con vestido negro. Él de una vez me dijo "¡huy!, hay ganado nuevo". Yo me paré a la derecha y comencé a insistirle, "camine hombre", pero no y no, y cuando ella intentaba venirse por acá, él le salía al encuentro, y ella se devolvía, y en ese ajetreo yo me cansé de convidarlo y lo dejé.
-¿Cómo era su cuerpo?
A mí me pareció muy bonita, tenía un cuerpo muy escultural. Dicen que la Patasola no camina, sino que anda por el aire. Pero yo no vi cómo se movía. Para serle sincero, yo estaba embelesado mirando el tipo de mujer. ¡Es que era una mujer muy esbelta! Pero bueno, yo me fui, me tomé unas Bavarias, amanecí, y al otro día el papá del muchacho vino a preguntarme por él. Yo le di todas las explicaciones y nos fuimos a averiguar. Estaba en el hospital estaba. Lo encontraron cerca de donde construyeron a Bavaria en Girardot, en una trocha. Le cuento que eso daba pavor mirarlo. Le arañó todo el cuerpo. Yo supe toda la historia. Él estuvo siete días inconsciente y me contó todo cuando despertó. Tenía la ropa despedazada. No le dejó parte sana, hasta la cara se la desfiguró por completo. Agarraba las matas y con eso le pegaba.
-¿Cómo era la cara de la Patasola?
Mi amigo me contó que estuvieron ahí mucho rato, correteándose, hasta que ella se le arrimó y se le reveló. Se transformó en una calavera, en un monstruo. Él se acuerda que ella arrancó una mata y lo agarró a cuero y le dijo "esto es para que respete a las mujeres".
-Bueno, con esas historias tan sorprendentes que cuenta del pasado, supongo que es difícil que se sorprenda con cosas del mundo moderno. De todas formas, ¿cuénteme cuál es el invento que más le sorprende?
La televisión, que es la diversión más popular que hay en nuestro país, y también la corrupción más grande.
-¿Por qué?
Hay programas buenos, pero muy poquiticos. De cultura. Yo por lo menos no soy capaz de mirar novelas. Sólo Café con aroma de mujer, La hija del Mariachi, y ahí está el detalle, a la juventud no le gusta eso, donde no haya violencia, donde no haya plomo, donde no haya nudismo.
-¿Y qué sabe usted del Internet?
Con el Internet yo he visto tres, cuatro, cinco jóvenes entre niñas y niños, jóvenes, muertos de la risa viendo un programa a la una de la mañana, muertos de la risa... ¡Miran PORNOGRAFÍA!, miran cómo se hace el amor de mil maneras.
-¿Cuál fue la primera mujer que vio desnuda?
M. S. P.: Una china llamada Yineth. No sé si está viva. Eso fue por ahí entre los 17 años.
-¿Qué le gustó de ella?
De ella me gustó todo. Desde su manera física hasta su manera de ser. Era una muchacha de 1.60 mts de estatura, fornidita, trigueña, de pelo muy largo, muy abundante de cabello, negro. En ese entonces la mujer toda, por naturaleza, por lo general eran muy abundantes de cabello.
-¿Recuerda a qué olía?
Olía a mujer.

Por Simón Posada Tamayo.

Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
17 de octubre de 2012
Autor
Por Simón Posada Tamayo.


Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12309694

jueves, 21 de marzo de 2013

En Puerto Bogotá asesinan cocodrilo y lo venden por kilo Por Rodrigo Avila Osorio


Dicen algunos pescadores, que desde hace ya varios días el enorme cocodrilo de más de tres metros de largo, melodeaba por las playas del río Magdalena, que inclusive había tratado de atacar a algunas personas por lo que ya le habían impactado disparos de arma de fuego pero que solo hasta la noche anterior fue avistado por los pescadores y de inmediato le propinaron dos tiros de gracia en la cabeza con una escopeta  cegándole la vida; habitantes del lugar manifestaron a Rtv.com,  que la policía de la localidad le sugirió a los pescadores,  que ya muerto lo regresaran de nuevo al río, sin embargo estos le quitaron el cuero y vendieron su carne por kilos.
Hay rechazo por parte de la comunidad de Honda ante esta sangrienta faena que acabó con la vida de uno de los habitantes milenarios del río grande de la Magdalena, manifiestan que son especies animales que deben ser protegidas por el hombre, pero que en este caso las autoridades no se han pronunciado al respecto, se comenta también que podría haber otros ejemplares de igual o menor tamaño en la región y hacen un llamado a las autoridades del medio ambiente para que tomen medidas al respecto y no se permita la masacre de estos animales  que forman parte de la vida natural del gran río y que se hace necesario preservar y no destruir.
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Tomado de:
http://www.rodrigoavilatv.com/index.php/18-pagina-principal/33-en-puerto-bogota-asesinan-cocodrilo-y-lo-venden-por-kilos

Reportaje gráfico de la captura y asesinato del caimán del río Grande de la Magdalena

El pasado lunes se escucho el rumor que un caimán había aparecido en el sector de la Avenida de los Estudiantes en las bahías  luego que en Caracoli, y el día miércoles fue cazado en el Corregimiento de Puerto Bogotá. 









Las anteriores fotografías fueron bajadas de Facebock de: Honda Chevere, Diego Fernando Bohorquez, Liedy Zapata, Emerson Hincapie. Marzo 21 de 2013-
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DIFERENCIA ENTRE CAIMAN Y COCODRILO
.Los cocodrilos se confunden a menudo con lagartos y caimanes. Si bien son similares, existen diferencias significativas entre ellos. Estas diferencias son suficientes para ponerlos a todos en familias diferentes, en lo que respecta a la clasificación científica. El hocico es la mayor diferencia entre el cocodrilo y el caimán.
Son más anchos para el caimán que lo tiene en forma de U en la parte inferior de la misma. El hocico del cocodrilo es más delgado, tiene más bien forma de V en la parte inferior del mismo. La mayoría de la gente no quiere acercarse lo suficiente a estos animales como para examinar sus dientes, sin embargo, este es un lugar clave donde se pueden observar diferencias significativas.
En el cocodrilo, la mandíbula superior e inferior es casi del mismo tamaño y será capaz de ver los dientes inferiores y superiores cuando tienen la quijada cerrada. Los caimanes cuentan con una mandíbula inferior más delgada que la superior. Como resultado los dientes inferiores son apenas visibles cuando tienen sus mandíbulas cerradas.
Tanto los cocodrilos como los caimanes tienen escamas en la piel y con frecuencia son similares en color, lo que puede variar según la ubicación y la especie. Sin embargo, la piel del cocodrilo tiene manchas y hoyuelos en los bordes de las crestas, los caimanes no poseen estos signos.
Cuando se trata de tamaño, los cocodrilos son más grandes. Sin embargo, puede estar viendo a un caimán en su plena madurez y a un cocodrilo joven por lo que podría equivocarse. Las diferentes especies de estos animales también son de diferentes tamaños. Los caimanes en general, no crecen  más de 7 pies de tamaño.
Existen diferencias que no pueden ser vistas a nivel físico, por ejemplo, los cocodrilos son conocidos por ser muy agresivos en la naturaleza, los caimanes son menos propensos aatacar a los humanos, a menos que hayan sido provocados.
Solo los cocodrilos pueden vivir en agua salada debido a glándulas en sus bocas. Los caimanes sólo pueden vivir en agua dulce. Sin embargo, muchos cocodrilos también viven en agua dulce por lo que no se descarta su existencia en esas zonas. Los caimanes son a menudo mantenidos como mascotas, debido al tamaño más pequeño de ellos. Son ilegales en los Estados Unidos, lo que sólo aumenta la demanda de ellos, que se introducen todo el tiempo de contrabando en el país.
Tomado de:


http://www.cocodrilopedia.com/diferencias-cocodrilos-caimanes/
Cuento de una caimana capturada en Puerto Bogotá.
El cuento de la caimana mocha
Por Luz Jennifer Flores Flores*

Me contaron que la actividad económica del Puerto ha sido siempre la pesca, y por esto fuera del hombre también ha habido animales que les gusta el pescado y este es el caso de una caimana, que por cierto era mocha, esta es su historia.

En 1.930 apareció una caimana que se comió un pescador. Los pescadores se pusieron en cacería de la caimana pero esta hacía sus estragos, aparecía donde menos pensaban. Se comió perros, gatos, gallinas, niños y personas que se bañaban en el río Magdalena.

En 1.945 una lancha cruzaba el río Magdalena, durante su cruce salio del río la caimana y voltio la lancha y uno de los pescadores llevaba una peinilla y la caimana al poner una mano sobre la lancha este le corto la mano y de ese momento le colaboran la caimana mocha. Este animal o caimana seguía comiendo cuanto animal o persona se dejaba pillar.

En 1.960 algunos pescadores estaban en su labor, pescando cuando vieron el animal saliéndose a la orilla, inmediatamente se reunieron más pescadores y le hicieron cacería a la caimana mocha, capturándola y matándola, cuando la pesaron esta llego a las 25 arrobas, le encontraron en su buche bastantes alhajas entre otras cosas. Muerta la caimana volvió la tranquilidad a las orillas del río Magdalena, esta historia la contaron los pescadores más ancianos.

* Hija de Pedro Alfonso Flores Murillo y Olga Lucia Flores, su padre le contó la historia.

Tomado de:
http://www.escritoresfuturo3000.blogspot.com/2008/11/la-pesca-principal-actividad-de-puerto.html

sábado, 16 de marzo de 2013

Socialización de la exposición del Proyecto LARA, el pasado domingo 10 de marzo en Honda Tolima

 Alexia Tala, socializando el pasado domingo 10 de marzo en el Museo Alfonso López Pumarejo lo relacionado del proyecto LARA, que abrira el próximo sábado 16 de marzo las puertas al publico en Bogotá en NC-arte hasta el 27 de abril. Alexia es la curadora del proyecto.
 José Roca, curador local (Colombia), socializando por segunda vez en la ciudad de Honda el proyecto LARA
 Obra de Nicolas Consuegra.(Colombia)
 Obras de Caio Reisewitz (Brasil)
 En la inauguración en Bogota se contara con la presencia de  Graeme Briggs, coleccionista australiano de arte que lidra Asiaciti Trust.

Alejandra Prieto (Chile) dialogando sobre su obra.

Fotografías. Esp. Tiberio Murcia Godoy. Domingo 10 de marzo, Museo Alfonso López Pumarejo

viernes, 15 de marzo de 2013

Lara: la capacidad de adaptabilidad de los seres humanos Por: María Cristina Pïgnalosa

 Publicado 12:17 pm, marzo 13, 2013

Los artistas colombianos Rosario López, Leyla Cárdenas y  Nicolás Consuegra, participan en la primera edición de LARA (Latin American Roaming Art), junto con los artistas Caio Reiserwitz, de Brasil; Ximena Garrido-Lecca, de Perú; el uruguayo Pablo Uribe; la argentina Adriana Bustos y Alejandra Prieto, de Chile. Todos fueron invitados a crear obras a partir de una estadía de dos semanas en Honda (Tolima).
La exposición, que se inaugura el próximo viernes 15 de marzo, a las 7 de la noche, en la galería bogotana NC Arte, exhibirá las propuestas desarrolladas específicamente para este proyecto itinerante, el cual fue financiado por Asiaciti Trust, grupo líder en servicios fiduciarios basado en Asia Pacífico, por medio de Asiaciti Trust Charitable Foundation.
Con la curaduría general de dos importantes y reconocidos curadores, la chilena Alexia Tala y el colombiano José Roca, LARA hizo posible que los artistas vivieran y exploraran esa población, cuyas características históricas -especialmente en la Colonia y la Independencia -, geográficas y arquitectónicas, la hacen un sitio de gran interés.

Dicen los curadores
El resultado son fotografías, videos, collages, instalaciones y dibujos. “En este proyecto, roaming se refiere a la capacidad de movilizar la idea de un país a otro sin perder su estrategia central de acción. Itinerar y trasladarse de un lugar a otro ha sido uno de los primeros instintos vivenciados por el hombre”, dice la curadora Tala, quien agrega que LARA busca retornar la capacidad de adaptabilidad de los seres humanos, “combinada con las últimas tendencias vividas por el artista contemporáneo que se ve permanentemente enfrentado a cambiar su contexto de producción”.
Para José Roca, LARA evade la mirada superficial debido a la breve estadía y, según dice, la estrategia fue “lograr reunir a los artistas escogidos en un ambiente íntimo y cerrado planteando la residencia como una inmersión intensa en el lugar y entendiendo la curaduría como la creación de una comunidad temporal”.
LARA se realizará cada año en un país diferente e incluye, además de la residencia colectiva y la exhibición, la publicación de un catálogo, la  participación de los artistas en una exposición de arte contemporáneo latinoamericano en el sureste de Asia y la selección de uno de los participantes para un programa de residencia en Manila (Filipinas).
Lo que los ocho artistas exhibirán en LARA
Los resultados de la experiencia de LARA son diversos, en algunos casos reflejan una forma característica de accionar por parte del artista; en otros, la experiencia en Honda. Para todos fue una interesante situación de cambio o ruptura respecto a anteriores trabajos.
El artista brasileño Caio Reisewitz  trabajó en dos frentes: por una parte utilizó fotografía directa, a partir de imágenes sobre la forma como la naturaleza se resiste a los embates de la cultura. Por otra parte, experimentó con una aproximación al video, en donde escenas estáticas de una ciudad desierta (debido al agobiante calor del mediodía) están perturbadas por detalles como el sonido, el movimiento de las hojas, y el ocasional peatón.
El colombiano Nicolás Consuegra, tomó imágenes de video del río Magdalena, presencia en cualquier mirada sobre la ciudad de Honda y realizó cortos videos del río que pasa lentamente entre los muros ciegos de casas ribereñas. Consuegra propone un panorama contemporáneo en donde el espectador, inmerso en un espacio cilíndrico, ve correr el río de manera cíclica y circular.
La instalación se complementa por la pieza escultórica Uno no sabe la sed con que otro bebe (2012), una disposición de vasos cortados frente a un espejo, que sugieren el calor y sed de la tierra caliente. El título es un dicho popular que afirma que nunca se puede saber por lo que pasa otra persona.
La artista colombiana Leyla Cárdenas, ha mirado con interés las ruinas urbanas y los vestigios que quedan en la arquitectura de los sucesivos habitantes de las casas derruidas. Para este proyecto la artista realizó una serie de maquetas-esculturas que salen de postales, como si se tratara de una proyección perspectiva en tres dimensiones. Cárdenas recolectó tarjetas postales de Honda, su arquitectura, sus puentes y sus monumentos, y a partir de estas imágenes construyó dibujos tridimensionales.
La creadora peruana Ximena Garrido-Lecca, vive desde hace más de una década en Londres. Su particular interés es el paisaje social del Perú y en cómo las culturas ancestrales van desapareciendo poco a poco debido a la globalización.
Al visitar la Plaza de Mercado en Honda, bello edificio que data de 1935 y que sigue cumpliendo su función de albergar el mercado público, Garrido-Lecca se interesó en destacar cómo los vendedores han adaptado un edifico a sus propias necesidades espaciales y de uso.
La artista hace una abstracción de esta estructura, con un potente foco que dramatiza el paso del tiempo a través del desplazamiento de la luz en el piso. También tomó una serie de videos cortos que documentan la vida de la plaza, que está marcada por la necesidad constante de acceder al agua. Como en una coreografía, diferentes personajes entran en escena: beben agua, lavan platos, se bañan la cabeza, llenan botellas; una serie de acciones básicas cotidianas.
Para el uruguayo Pablo Uribe, su obra tiene una referencia constante a la pintura del siglo XIX, en particular sus dos géneros dominantes: el retrato y el paisaje.
Para este proyecto, Uribe convocó a los voceadores del terminal de Transportes de Honda, quienes uno a uno van gritando los nombres de las poblaciones a las cuales van los buses, así como la distancia en kilómetros desde la  ciudad de Honda.
La colombiana Rosario López, es conocida por sus series fotográficas centradas en el paisaje, tanto urbano como rural. Para este proyecto, la artista realizó una instalación de una serie de planos en los que se confunden las transparencias y lassombras, realizados con capas de tul muy fina, cuyo borde inferior semeja el perfil de una montaña. Pequeñas pesas de pescar tensan la delgada red hacia abajo, y recuerdan las redes de pescadores cuando son puestas a secar frente a las casas en las áreas ribereñas
La artista argentina Adriana Bustos, realiza usualmente trabajos de arqueología social para establecer la genealogía del tráfico de sustancias ilegales, anclándola en una circunstancia histórica y una coincidencia homofóbica. Bustos realizó una lámina didáctica con base en el trabajo de campo realizado durante su estadía en Honda, así como la posterior investigación documental en diversos archivos.
Para la chilena Alejandra Prieto, Chile se ha caracterizado en el imaginario colectivo por su particular geografía, sus formaciones geológicas y la actividad minera que posibilita su explotación, convirtiendo su superficie y entrañas en bienes de capital: cobre, plata, salitre, litio y carbón. Alejandra ha tallado el carbón mineral,  un objeto material que encarna a la vez las aspiraciones y los miedos de una sociedad.
Luego de visitar la antigua fábrica de tabaco en Ambalema, Prieto se interesó por una antigua prensa de tabaco, que cumple la función de condensar por fuerza lanaturaleza para convertirla en materia de intercambio. La pieza escultórica de Prieto, una prensa de tabaco que comprime carbón y caucho, reflexiona sobre la temporalidad y las transformaciones: el tiempo geológico y el paisaje, el tiempo cultural y la sociedad.
 NC Arte, Carrera 5 No. 26B-76. Teléfonos 2821474 y 2820973.  Abierta hasta el 27 de abril, de lunes a viernes de 10:00 a.m. a 6:00 p.m. y sábados de 10:00 a.m. a 2:00 p.m. Entrada libre.
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Tomado de:
  
http://www.kienyke.com/tendencias/lara-nuevo-proyecto-artistico-itinerante/