A sus 82 años, Miguel de los Santos Prada puede decir que ha pescado en todos los ríos de Colombia.
Miguel de los Santos Prada, el pescador más viejo de ese puerto olvidado del Magdalena, describió con toda naturalidad una imagen que sólo podría hacer parte de una película. Y no de cualquier película. Quizá de Apocalypses Now. O de Holocausto Caníbal. O de un libro, El corazón de las tinieblas. O de Meridiano de sangre. O, incluso, uno podría pensar de inmediato en uno de los grabados que Gustave Doré hizo sobre el viaje de Dante por el Infierno. Sus historias en los grandes ríos de Colombia -del Amazonas al Magdalena- se pueden clasificar con ese término manido del realismo mágico, de los tiempos en que "el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
-¿Cuál ha sido la ocasión en que ha sentido más miedo en los ríos de Colombia?
Una vez, más abajo de Badillo, en el departamento de Magdalena, llegamos a un retén llamado Paloblanco, y nos encontramos con que las piedras que se veían en la orilla del río eran calaveras de seres humanos, y se movían con las olas que hacía el barco.
-¿Calaveras humanas? ¿De quién?
Yo creería que eran cabezas de liberales. El país estaba manejado por un régimen conservador y ellos se inventaron eso, las decapitaciones, y el corte de franela [Harvey, uno de los estudiantes, que también es pescador, a sus catorce años, hizo en ese momento un signo de horror cuando vio a Miguel cortarse el cuello con su dedo índice]. En esa época -1955- decapitaban a la gente y la tiraban al río. Era un pedregal de cabezas. Durante cinco, diez minutos, navegamos delante de calaveras en la orilla. Eso era una escena espantosa.
-¿Y usted era liberal o conservador?
Liberal, porque mi mamá me enseñó así. Ella se vestía de rojo, hablaba muy bien en público. Todavía recuerdo una moña grande roja que se ponía en la cabeza para ir a votar. Hoy en día ya no soy nada.
-¿Por qué dejó de ser liberal?
Porque los políticos fueron los que se inventaron el sicariato.
-¿Y alguna vez corrió peligro por sus creencias políticas?
Sí, a mí me desplazaron. Mi mamá ya había muerto y yo vivía con unos amigos, la familia Díaz, en Yeguas, aquí cerca de Honda. Todo pasó una noche: estábamos pescando en la orilla. Hacíamos un lance, poníamos el chinchorro [-que es una especie de red de hasta 350 m de largo-] y nos echábamos a dormir un poquito. Pero de un momento a otro oímos un quejido y un tropel de gente en la orilla, río abajo. Alguien nos gritó "están matando a Víctor Triana", otro pescador liberal. Entonces nosotros fuimos a la casa, sacamos a los viejitos que vivían con nosotros, y nos escapamos a La Dorada en las canoas. Allá llegamos sin ropa ni nada.
-¿Cuántos días estuvieron en La Dorada?
43 días, hasta que decidimos regresar a la casa a ver qué podíamos rescatar de comida y de ropa. Eso fue pavoroso. Llegamos a la casa y los animales lo veían a uno y salían corriendo de huida. Para coger cuatro gallinas nos tocó matarlas a garrote, y un pisco.
-¿Por qué huían los animales?
El animal se vuelve silvestre al sentirse solo. Ya 45 días aguantando hambre los animalitos, sin verlo a uno, eso es natural. Y le cogen miedo a los humanos.
-¿Qué perdieron?
Nosotros decíamos que éramos ricos en esa casa, porque no nos faltaba nada. Teníamos pescado, plátano, de todo. Y cada ocho días íbamos a vender nuestras cosas para comprar lo que no podíamos producir: café, sal, cebolla, arroz, azúcar, panela.
-En esa época no había aceite. ¿Cómo cocinaban entonces?
Usábamos el aceite del pescado. Abríamos el pescado, le sacábamos las vísceras y le quitábamos con cuidado la grasa, los gordos. Eso lo freíamos y lo guardábamos para cocinar. Todo termina por saber a pescado, el arroz, el huevo.
-¿A qué edad empezó a pescar?
Empecé a los doce años. Me llevaban al río de "corinche", así les decían a los cocineros de los pescadores, porque así también les decían a los cocineros de los obreros que construyeron el ferrocarril.
-¿Usted recuerda el primer pescado que sacó en su vida?
Yo no me acuerdo, porque no saqué uno, sino muchísimos. Pesqué fue cantidades. Lancé la atarraya y en el primer lanzamiento agarré doscientos nicuros, esos pescaditos chiquitos que preparan en sudado. Mi primer día de pesca fue en una subienda. Éramos seis pescadores en tres canoas, y nos vinimos de Flandes a un sitio lejos, río abajo, hacia un lugar llamado Bizcochuelo.
-¿Cuál ha sido el pescado más grande que ha tenido entre las manos?
Muchos. Un día ayudé a sacar un valentón en el Putumayo, que también se conoce como bagre laulau, que puede llegar a pesar 300 kg. También saqué un pirarucú, en el Amazonas, de ocho arrobas [cien kilos]. Cerca de Leticia llegué a ver pirarucús de 24 arrobas [trescientos kilos]. Pero con anzuelo, que uno pueda decir que haya peleado con el pescado, fue un bagre de 76 libras, aquí en Caracolí, donde quedan las bodegas de pescado de Honda. Duré luchando con él de quince a veinte minutos. El bagre se cansa rápido. Ese animal jala duro, entonces hay que aflojarle el nylon y recobrárselo hasta cansarlo. Eso es un manejo: jale y afloje. Y si él jala uno lo afloja, y si afloja, uno lo jala, hasta que el pez se cansa y termina en la canoa.
-¿Con qué pescaban en esa época?
Con anzuelo, con chinchorro, que es una red larga, y con atarraya.
-¿Cómo era su ropa de trabajo?
En esa época no se usaban pantalonetas de baño, sino chingas, una franja de tela que uno amarraba con un nudo de la misma tela. Era una especie de falda abierta por abajo. Y las mujeres usaban chingue, que era un vestido largo, entero. Pero ellas no pescaban.
-¿Alguna vez ha estado a punto de morir en el río?
Yo tuve tres o cuatro naufragios buenos, en los que perdí todo. El más fuerte fue allá mismo donde me iban a matar por liberal, en Yeguas, como a la una de la mañana. No nos ahogamos porque no era el momento de morir. Íbamos en una canoa, y en ese punto había una moya (un remolino). Nos levantó la canoa y nos tocó echar brazo, encontramos cada uno un pedazo de palo y nos montamos ahí hasta poder llegar a la orilla.
-¿Lo salvó el Mohán? ¿Usted lo ha visto?
No, no me salvó el Mohán, pero yo sí lo he visto muchas veces. Lo tuve de cerca, dígase, por ahí a unos quince metros. No nos esperó más.
-¿A quiénes no los esperó? ¿Usted iba con más gente?
Sí, éramos una cuadrilla de pescadores con un chinchorro. Yo no sé para qué nos esperaba, para que lo viéramos posiblemente, porque cuando ya nos le íbamos arrimando mucho se lanzó al río.
-¿Cómo es el Mohán?
El Mohán es una persona. Lo vimos acurrucado en un peñón. Es de color rojizo, de pelo muy mono, le brilla el pelo como le brilla el oro. Es muy velludo. Y lo vimos varias veces, ahí, en el mismo sitio, y a veces él se portaba repelente con uno. Uno veía el cardumen de pescado y le echaba la red y no cogía nada, hasta que uno se cansaba. Yo no sé por qué él hacía eso, no sé si era jugando o era peleando. Pero después de joderlo a uno y mandarlo a la casa cansado y sin plata, uno volvía al otro día y con un solo lance ya sacaba la pesca de un día.
-¿Qué otros personajes vio además del Mohán?
A la Patasola. ¡Yo la vi! Yo vi a la hembra. Yo iba en compañía de otro amigo, que era muy buen amigo conmigo, pero era muy irrespetuoso, muy atrevido con las mujeres. Él pasaba al lado de una y tenía que manosearla. Esa noche salimos del cine y nos fuimos para una taberna. Estaba todo claro, porque se veían todas las luces del pueblo, cuando de pronto salió una muchacha alta, con vestido negro. Él de una vez me dijo "¡huy!, hay ganado nuevo". Yo me paré a la derecha y comencé a insistirle, "camine hombre", pero no y no, y cuando ella intentaba venirse por acá, él le salía al encuentro, y ella se devolvía, y en ese ajetreo yo me cansé de convidarlo y lo dejé.
-¿Cómo era su cuerpo?
A mí me pareció muy bonita, tenía un cuerpo muy escultural. Dicen que la Patasola no camina, sino que anda por el aire. Pero yo no vi cómo se movía. Para serle sincero, yo estaba embelesado mirando el tipo de mujer. ¡Es que era una mujer muy esbelta! Pero bueno, yo me fui, me tomé unas Bavarias, amanecí, y al otro día el papá del muchacho vino a preguntarme por él. Yo le di todas las explicaciones y nos fuimos a averiguar. Estaba en el hospital estaba. Lo encontraron cerca de donde construyeron a Bavaria en Girardot, en una trocha. Le cuento que eso daba pavor mirarlo. Le arañó todo el cuerpo. Yo supe toda la historia. Él estuvo siete días inconsciente y me contó todo cuando despertó. Tenía la ropa despedazada. No le dejó parte sana, hasta la cara se la desfiguró por completo. Agarraba las matas y con eso le pegaba.
-¿Cómo era la cara de la Patasola?
Mi amigo me contó que estuvieron ahí mucho rato, correteándose, hasta que ella se le arrimó y se le reveló. Se transformó en una calavera, en un monstruo. Él se acuerda que ella arrancó una mata y lo agarró a cuero y le dijo "esto es para que respete a las mujeres".
-Bueno, con esas historias tan sorprendentes que cuenta del pasado, supongo que es difícil que se sorprenda con cosas del mundo moderno. De todas formas, ¿cuénteme cuál es el invento que más le sorprende?
La televisión, que es la diversión más popular que hay en nuestro país, y también la corrupción más grande.
-¿Por qué?
Hay programas buenos, pero muy poquiticos. De cultura. Yo por lo menos no soy capaz de mirar novelas. Sólo Café con aroma de mujer, La hija del Mariachi, y ahí está el detalle, a la juventud no le gusta eso, donde no haya violencia, donde no haya plomo, donde no haya nudismo.
-¿Y qué sabe usted del Internet?
Con el Internet yo he visto tres, cuatro, cinco jóvenes entre niñas y niños, jóvenes, muertos de la risa viendo un programa a la una de la mañana, muertos de la risa... ¡Miran PORNOGRAFÍA!, miran cómo se hace el amor de mil maneras.
-¿Cuál fue la primera mujer que vio desnuda?
M. S. P.: Una china llamada Yineth. No sé si está viva. Eso fue por ahí entre los 17 años.
-¿Qué le gustó de ella?
De ella me gustó todo. Desde su manera física hasta su manera de ser. Era una muchacha de 1.60 mts de estatura, fornidita, trigueña, de pelo muy largo, muy abundante de cabello, negro. En ese entonces la mujer toda, por naturaleza, por lo general eran muy abundantes de cabello.
-¿Recuerda a qué olía?
Olía a mujer.
Por Simón Posada Tamayo.
- Publicación
- eltiempo.com
- Sección
- Otros
- Fecha de publicación
- 17 de octubre de 2012
- Autor
- Por Simón Posada Tamayo.
Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12309694
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