Los dos primeros meses del año, cuando aún la recorren grupos de veraneantes de aspecto asombrado, esta famosa población colombiana se convierte en un espectáculo. Los pescadores, que el resto del año son parsimoniosos y despreocupados, se lanzan sobre el dorso turbulento del río Magdalena para conseguir el más nutrido botín de peces comestibles: bocachicos, nicuros, perlas, mojarras, capaces y cachamas, saltarines y brillantes, que han viajado desde las ciénagas de las costas son capturados durante este lapso fecundo conocido como la subienda. Entonces se llenan las redes y chalupas, las aguas se ven invadidas de hombres tensos y musculosos como en un cantar de gesta, y es tanta la prodigalidad que las faenas empiezan con la salida del sol y continúan hasta cuando la noche se ha cerrado por completo.
Es una época gloriosa en la que la atmósfera se contamina de vitalidad como si hubiese estallado una apetecible edad feliz. Los niños, sedientos de fantasía, van a las riberas para observar la ceremonia e inventan relatos que proceden, en su mayoría, de los mitos regionales. Los más viejos se sientan en los vanos de sus casas a recordar tiempos pretéritos, infestados de monstruos, héroes y bandidos; las jóvenes casamenteras, con sus mejores atavíos, salen a buscar consorte o se abanican, vanidosas, sentadas en mecedoras en las puertas de sus casas, los restaurantes ofrecen viandas suculentas cuyo ingrediente esencial es el pescado y en las sedes bancarias se abren y nutren cuentas que permanecían dormidas. También beben, sueñan y recuerdan el esplendor y la bonanza que originaron el prestigio de esta ciudad.
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Pero la fama latinoamericana de esta calurosa y bella urbe, cuya temperatura en sus voluptuosos mediodías fácilmente llega a los 33 °C a la sombra, no solo se debe a la bonanza de pesca. Su historia ejemplar, los ilustres personajes que nacieron bajo su cielo purísimo o recalaron allí en algún instante, su arquitectura de ensueño pletórica de remotas influencias, su colección de puentes que se han multiplicado a lo largo de los años, una fauna y una flora tan exuberantes como para hechizar a los eruditos de la naturaleza y hasta su ingenioso folclor, contagiado de erotismo y picaresca, se conjugan para fomentar el prodigio.
Durante mucho tiempo la cercanía de Honda con la paz, la concordancia armónica de sus habitantes y su pacto con el sosiego constituyeron una singularidad feliz. Debido a su ubicación geográfica, en el valle del Magdalena medio colombiano, al que trágicamente han azotado muchas de las guerras y violencias intestinas, era de temerse que se hiciera receptáculo de escaramuzas dramáticas. Pero, providencialmente, y tal vez por la mediación de insignes habitantes empeñados en otorgarle una identidad altiva, no fue contaminada sino que, por el contrario, se hizo fortín de la buena ventura y atrajo a gente de todas partes, migrantes que perseguían la paz y la detectaron en aquel oasis, donde la tragedia histórica no era más que una noticia remota.
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Desde principios del siglo pasado, en Honda creció la industria, se fomentó la cultura popular, se cultivó la música, se enriqueció la arquitectura y se fundaron múltiples negocios con vocación de éxito, algunos de las cuales tuvieron resonancia nacional por la calidad de sus productos, el buen ritmo de su producción o la honestidad de sus transacciones. Durante años, para probarlo, allí se levantó, fragorosa e incesante, la fábrica de cerveza más poderosa de Colombia. Pero Honda también ha tenido industrias textiles, de muebles y de procesamiento de soya, y sus campos son propicios para la ganadería y el cultivo de productos primordiales como el trigo y el arroz.
Por las venas de los pobladores de Honda corren y confluyen sangres disímiles, lo cual imprime al carácter regional una llamativa impronta no exenta de fascinación y misterio. Es legítimo recordar que en el pasado de sus hombres y mujeres están la astucia y la clarividencia cósmica de los panches, indígenas de la gran familia caribe, específicamente la de los ondaimas, que prestaron su nombre a la hora de los bautizos y fundaciones. Las excavaciones de juiciosos arqueólogos han develado que tenían un interesante ordenamiento social, enorme ingenio para arreglárselas con la naturaleza y un proyecto de mundo donde ya se rastreaban las huellas de la botánica, la economía, la ciencia, la medicina y el arte.
Pero en las venas del hondano también navega el conquistador sagaz y codicioso, el expedicionario letrado y culterano, el heredero de la aristocracia ibérica, el dignatario del poder occidental, el sacerdote, el inquisidor, el mercenario, el filántropo, el liberal robesperriano, el conservador a ultranza, el militar arrogante y tiránico, el sigiloso mercader y el criollo libertario. Esas influencias, sumadas, hacen que los habitantes de la ciudad y sus alrededores sean, alternativamente, religiosos y mundanos, sagrados y profanos, prosternados a la acción pero también al pensamiento y a la pasión teológica. En Honda se hallaba el Virreinato de Mariquita, inaugurado con cartas soberanas del rey de España y representación puntual del viejo continente.
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Las casas soñadas
Ahora, las casas de Honda se encuentran en la mira de arquitectos y grandes decoradores latinoamericanos. Surgidas lentamente, y sin mayores pretensiones estéticas, en ellas funcionaron boticas adorables, donde se manejaba la medicina familiar y vendían pócimas para todas las dolencias; amables hoteles que acogían a los turistas, especialmente en Semana Santa y durante las vacaciones de junio y de diciembre; teatros donde el cinematógrafo llegaba como mensajero de un mundo romántico irreal; sedes bancarias que crecían a medida que los hondanos amasaban una que otra fortuna o, sencillamente, manejaban una bolsa sana y tolerable.
Sin embargo, algunas de estas construcciones sufrieron la decadencia, a consecuencia de los malos negocios o la falta de visión de sus moradores, adquiriendo un aspecto desolador. Fue entonces cuando algunos artistas concibieron la idea de remozarlas. Así comenzó una etapa de altísima exigencia estética, en la que Honda se ha revelado como una ciudad de la categoría de Cartagena y Mompox. De hecho, quienes la elogian y vindican acarician la idea de postularla como patrimonio nacional o universal.
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Gregorio Sokoloff, hipersensible arquitecto colombiano, es uno de los puntales de estas “cruzadas estéticas” en pos del alma profunda de Honda. Hace once años, casi por casualidad, conoció una casa donde funcionaba una antigua, adorable y muy teatral botica. Sus dueños, aunque en principio con algunas dudas y tropiezos en la transacción, accedieron a vendérsela con todo y la escenografía sugestiva de la botica. El hombre se consagró a la casa como un joven y loco enamorado y, en compañía de su esposa, con quien tiene una gran firma de diseño, fue interviniéndola, cambiando colores, restañando el concepto original, experimentando con los espacios y desafiando su imaginación poética.
Y erigió una auténtica morada de ensueño. Esa casa ha cumplido un papel estelar. Ahora, cada año, aparecen dos o tres que la emulan y comparten su belleza. Es el nuevo y radiante perfil de la ciudad que heredó los portentos del río.
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Honda ayer, hoy y mañana
- Las excavaciones arqueológicas que han revelado la verdad y la cultura de los panches se realizaron en Arrancaplumas, Santa Lucía, Altos del Rosario y El Triunfo.
- Alfonso López Pumarejo (1886-1959), quien ejerció la presidencia en dos ocasiones, fue el hondano más famoso de todos los tiempos. Fue un político liberal vanguardista y adelantó la legendaria “Revolución en marcha”.
- Honda fue descubierta en 1539 y declarada villa por el rey Felipe IV el 4 de marzo de 1643.
- Por el río Magdalena han llegado a la ciudad viajeros de todo tipo: comerciantes, inventores, científicos, artistas, vividores y hasta mercenarios.
- Es conocida como “La Ciudad de los Puentes” y “Ciudad de la Paz”.
- Además del Magdalena, los ríos Guarinó, Gualí y Quebrada Seca bañan la ciudad
Tomado de: Honda: heredera del río – Revista Panorama
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