HONDA, EL PUERTO DE BOGOTÁ SObre el océano Atlántico, por donde salían el tabaco de Ambalema, el añil de La Mesa, el café de Caldas, y por donde entraban los pianos de Alemania, los encajes de Bruselas y los vinos de Burdeos, tomada a machete por el Negro Marín en la última guerra civil, Honda —digo— ha sido escenario de una doble tempestad: la de la furia de las aguas del Magdalena y el Gualí y la no menos violenta, la de la gente enardecida contra las medidas que el Gobierno tomó contra las pirámides. Igual está pasando en todo el país.
El Magdalena baja gordo, como dicen los campesinos, reclamando su cauce y a su paso arrasando cultivos, inundando barrios y borrando caminos. En Honda hace retroceder al caudaloso Gualí y alcanza cotas que quizás no se habían visto en un siglo. Una verdadera conejera. Razón tiene el río: los bosques de las cordilleras han sido destrozados para sembrar —o para dejar crecer— pastizales o para albergar campesinos derrotados por una gran ganadería que se aposenta en los valles y comparte, con mezquindad, la tierra con unas pocas manotadas de sorgo o de arroz. La creciente del río en el Alto Magdalena ha sido tan fuerte que ha obligado a entreabrir las compuertas de la represa de Betania para evitar un mal mayor: una bomba de agua que ahogaría todos los pueblos ribereños. En Honda, donde el cauce se estrecha, los pobres, que son los más, pagan el pecado que cometen los menos, aguas arriba. Los estribos del centenario puente Navarro tiemblan. La enorme ceiba que hace esquina con la boca del Gualí, es batida como si fuera una menuda caña brava.
No habían bajado aún las aguas, cuando el Gobierno les mete mano a las pirámides que había dejado crecer con irresponsable —digamos— indiferencia. Declara al son del Himno Nacional que esas criaturas, hijas legítimas de la cultura de la avidez que prohíja, son ilegales, son un lavadero, una caleta de las Farc, de Al Qaeda, o de Midas, de quien sea, pero que nada tienen que ver con el Presidente. A renglón seguido, haciendo de tripas corazón, le echa mano al sombrero del ahogado y clausura toda operación que pudiera afectar a su hija consentida, la banca; que entre paréntesis ganaba también con el modelo que se craneó DMG y que no es muy diferente al usado por otras tarjetas prepago. Indignada la gente contra la doble moral, contra la evaporación de los responsables y, por supuesto, amenazada por la ruina, se ensaña contra el comercio y saquea tiendas de electrodomésticos, comida y misceláneas de contenedor: imágenes populares de la especulación. Saqueos retaliativos y no sólo robos famélicos. La gente no come con los índices de popularidad de un presidente que ha gobernado sólo para los grandes inversionistas, especulativos o no. ¿De dónde le salen ahora al Gobierno escrúpulos con los dineros que apellida fáciles, cuando le ha abierto todas las puertas al capital venga de donde venga y haya nacido donde haya nacido? ¡Un Gobierno que no se sonroja ni siquiera con los falsos positivos, quiere ahora posar de modelo moral! El fariseísmo oficial no tiene límites. Las aguas del Magdalena no han mermado un centímetro y la tempestad de las pirámides apenas comienza. De momento, le cierra el paso a la reelección en 2010.
La rentabilidad de cualquier dinero metido en DMG ha demostrado ser la más alta que capital alguno pudiera soñar. Razón por la que los raspachines y cultivadores dejaron de cosechar coca para invertir sus haberes en el negocio. De manera que hasta ayer los cultivos disminuían y convertían a DMG en la única fórmula conocida contra la coca. Quedaría claro que no fue la fumigación ni el Plan Colombia ni Acción Social la estrategia que habría logrado disminuir el hectareaje de cultivos ilícitos, sino el negocio de las pirámides. Al señor David Murcia Guzmán lo deberían haber nombrado Jefe de Erradicación.
Alfredo Molano Bravo
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