Jose Roca, un colombiano para enmarcar
Martes 31 de enero de 2012
Es como si hubiera sido designado por el Real Madrid para buscar talento por estos lares con el fin de ficharlo en sus filas. Las miradas se centran en él desde que fue nombrado por la prestigiosa institución británica la Tate Modern como curador adjunto para América Latina, con la clara misión de enriquecer su colección. ¡El curador que surgió del trópico!
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Si el tiempo fuera hacia atrás y no hacia adelante, tendríamos que esperar un buen montón de años para verlo, sin tanta antesala, de mesero en Bogotá, tomando la orden y poniéndole perejil a los platos en el restaurante del Museo de Arte Moderno. Y si devolviéramos más las manecillas, nos lo encontraríamos muerto del frío a la entrada del Teatro Jorge Eliécer Gaitán o del Coliseo El Campín, muy concentrado en no dejarse meter boletas falsificadas para la ópera Evita, el Circo Ruso o el Hollyday on ice.
Así se rebuscaba José Ignacio Roca en su época de estudiante de Arquitectura en la Universidad Nacional. Ir más allá es ir tras un joven despistado que no sabía qué hacer y hasta se atrevió a aspirar, sin éxito, a la carrera de Veterinaria. Desandar en Jose Roca más a fondo, hasta el principio, es llegar a su rincón de niño barranquillero donde desarmaba y volvía a armar sus juguetes y al día definitivo en que su papá decidió irse a trabajar a la capital y a él le tocó “volverse” bogotano a los cinco años.
Su rastro tiene más la apariencia de un río feliz e impredecible que avanza y crece, que de un camino seguro y totalmente planeado de extremo a extremo. Lo cierto es que hoy tiene 50 años y pertenece al selecto club de los que hacen lo que quieren y, además, es uno de los colombianos más preparados en el campo museográfico y de curaduría de obras de arte, con un puesto y una posición envidiables. Palabras expuestas sin montaje.
Vaya bien, pero bien atrás. ¿Qué quería ser cuando chiquito?
Cuando chiquito quería ser inventor. Yo era de esos niños que desbarataban juguetes y cosas.
¿Y sus papás qué hacían?
Me acuerdo una Navidad que me dieron no un juguete normal sino un martillo, un serrucho y una caja de clavos. Ese fue el mejor regalo que me dieron, yo debía tener unos siete años.
De niño a carpintero, ¿cómo fue que pasó de estudiante universitario a mesero?
Estaba en cuarto semestre de Arquitectura pero hubo el famoso cierre del 84 en la Universidad Nacional con el rector Marco Palacios. Todos nos pusimos a hacer algo y fui al Museo de Arte Moderno (MAM), porque yo hacía una revista y allá la vendían en la tienda, pero me dijeron que lo único que había para hacer era trabajar como mesero en el restaurante.
¿Cuánto tiempo trabajó como mesero?
Estuve un año, hasta el día que estaban varios profesores míos almorzando y me propusieron entrar al departamento de Arquitectura del MAM. Trabajé tres años ayudando a montar exposiciones.
El Museo de Arte Moderno en su vida.
Fue importantísimo porque yo hasta ese momento creía que iba a ser arquitecto, con una oficina de arquitectura en las mañanas y profesor universitario en las tardes, como Enrique Triana o Guillermo Bermúdez Umaña, y todo ese grupo de arquitectos que yo admiraba. Pero cuando entré, el arte dejaba de ser el estudio en donde el artista hacía la obra y luego la traía al museo para que la colgaran; ahora el artista hacía su obra en relación con el espacio donde se colgaba, o sea, las primeras instalaciones se estaban haciendo en ese momento.
En esa primera época, un artista que lo haya impactado por la forma de montar su obra.
José Alejandro Restrepo, María Fernanda Cardoso, Juan Fernando Herrán y Doris Salcedo, con todos ellos trabajé cuando empezaban sus carreras.
¿Cuándo retoma su carrera en la U?
La retomé justamente al año, pero me demoré mucho más porque ya estaba trabajando medio tiempo en el Museo de Arte Moderno. Cuando terminé me di cuentade que ya estaba mucho más cerca del ejercicio de museos que de la arquitectura, y nunca volví a ella.
¿Alcanzó a hacer algo como arquitecto, alguna huella suya en Bogotá?
Hay una y me parece que quedó bonita. El teatro para niños de la Fundación Rafael Pombo, que está hecho en madera y tiene unas graderías. Todo eso lo diseñé yo, ahí en la esquina, al lado del Teatro Colón.
¿El tiempo ha sido benigno con su obra?
Pues hace tiempo que no la veo. Como supuestamente el patio tocaba usarlo para otras cosas, entonces diseñé una cosa que se escondía debajo de un balcón pero, finalmente, dejaron todo fijo... Si yo lo hubiera sabido habría diseñado algo diferente.
¿Por qué estudió Arquitectura?
A mí me gustaba hacer las maquetas y mi hermano mayor, Mario –que me lleva 10 años– es arquitecto, y había ahí como una afinidad. Pero yo estaba tan perdido que me inscribí a dos carreras: Arquitectura y Veterinaria.
¿Veterinaria?
Como mi cuñado es veterinario, entonces ya había visto cómo era la práctica en las fincas, de pronto fue por eso que la puse. Cuando mis hijas me dicen que no están seguras de qué estudiar, yo las entiendo.
¿En qué trabajaba su papá?
Mi papá, Alfonso, era gerente de una empresa de discos que se llamaba Tropical. Vino a montar la agencia acá y por eso nos trasladamos a Bogotá cuando tenía cinco años, pero yo soy de Barranquilla.
¿Y su mamá?
Finy siempre ha sido ama de casa, pero ella me llevaba a cuanta exposición había, recuerdo las del Planetario en la galería Santa Fe.
¿Cuándo escuchó por primera vez la palabra curador?
Cuando entré al Museo de Arte Moderno conocí a Eduardo Serrano y él tenía ese título, esa fue la primera vez que oí hablar de la palabra curador.
¿Del MAM a dónde pasa?
Paso a la Fundación Rafael Pombo y paralelamente hago montajes para el Museo Nacional. De ahí entro a trabajar en el Departamento de Artes del Banco de la República, con el grupo de guías para las visitas guiadas. Fui a muchísimas partes de Colombia acompañando y montando la exposición “La historia de la ciudad moderna en caricatura”, porque ya tenía práctica de museógrafo, y dando charlas en apoyo a la exposición.
¿Cuándo monta su primera exposición?
¿La primera? Fueron unos afiches que no tenían ninguna ciencia. Pero la primera exposición compleja que recuerdo fue una exposición sobre “Artes Aplicadas” que venía de Inglaterra, en el Museo Nacional.
¿Y qué hizo?
Lo que hice fue una especie de islas de luz, porque la sala era muy alta y los objetos muy pequeños, entonces los iluminé con reflectores muy potentes y el resto lo dejé en penumbra.
¿Cuándo dice: “soy un curador”?
Pasa mucho tiempo. Carolina Ponce de León me invitó a que fuera el museógrafo de la Luis Ángel Arango, entonces con ella trabajé casi tres años, monté numerosas exposiciones. Una de las primeras fueron los bronces de Edgar Degas.
¿Ahí ya se sentía curador?
Después de esos tres años sentí que tenía que hacer algo más, entonces me postulé para una beca en París, en una escuela de Arquitectura que se llama Paris-Villemin, y ahí estuve haciendo un año de posgrado en Diseño y gestión de edificios culturales. París me abrió la cabeza, quería hacer mucho más que sólo montar exposiciones y entonces busqué una pasantía en un museo. Fui a muchos hasta que del Centro Pompidou me llamaron, y lo que era el trabajo de un verano se tornó en todo un año.
¿Y luego?
Estaba trabajando en Pompidou cuando me llamaron para el cargo de jefe de Artes Plásticas de la Luis Ángel Arango. Mis hijas gemelas, Anaïs y Manuela, nacieron en esa época, entonces nos devolvimos con Adriana, mi esposa, a Colombia. Luego el banco decidió crear un museo y me hicieron director. Me quedé un año para organizar ese museo y luego me fui porque mi cabeza estaba en otra parte.
¿En dónde?
En Filadelfia. En una cuatrienal de arte contemporáneo que tiene como eje el grabado. Allá estuve hasta su inauguración en 2010 como director artístico de Philagrafika.
Comparando todo lo que ha visto por fuera con lo de acá, ¿cómo ve el nivel del arte colombiano?
El nivel de Colombia es altísimo, de verdad lo creo.
¿Tiene alguna característica en especial?
Mucho del arte colombiano, en los últimos diez años, tiene una inclinación por lo social y, particularmente, por cuestiones asociadas con la violencia política y la droga. Pero no es lo único, hay otros que se han referido a la propia lógica del arte, como Danilo Dueñas o Nicolás París, con su función educativa o la idea de viaje que tiene Mateo López.
Pero, definitivamente, ¿en arte estamos bien?
Sí, yo pienso a veces en Colombia como aquellas historietas de Tarzán, donde había una gran montaña y detrás un valle con una civilización superdesarrollada pero que nadie conocía porque no había acceso a ella. Así es Colombia, nadie ha venido en muchos años y llegan y dicen: “No puedo creer el nivel del arte colombiano”. ¡Pues claro! ¡Se desarrolló sin presiones de mercado!
El mítico “El Dorado”.
Exacto, El Dorado, supremamente sofisticado, lo cual es muy interesante, muy bueno, pero a la vez es muy triste porque artistas nacionales de talla internacional en cualquier otro país, todavía son muy desconocidos.
¿Cómo quién?
Miguel Ángel Rojas, Óscar Muñoz... para la dimensión de sus obras, tendrían que tener una exposición individual en los grandes museos del mundo.
¿El colombiano es consciente de nuestra riqueza artística?
Yo no sé si haya conciencia. Si uno le pregunta al colombiano, digamos, medio, seguramente le mencionará a Botero; y una persona un poco más educada le nombrará la “Grieta”, de Doris Salcedo. Digamos que esos dos son como los artistas más conocidos.
¿Qué hace un curador?
El arte del curador es definir un marco que permita mirar un universo. Una respuesta más básica es seleccionar obras y ponerlas en un espacio en relación entre ellas para crear un discurso.
¿Cuál es su sentido más desarrollado?
Yo creo que el ojo, pero el ojo en el sentido más conceptual de tener una mirada.
¿Qué arte le interesa?
Pues el arte que deja avanzar el discurso, que haga pensar, que genera algún tipo de fricción crítica, que hace que uno mire de nuevo.
Y ahora ¿qué le toca hacer en su nuevo trabajo? ¿Es el ojo de la Tate Modern para localizar y comprar para su colección las buenas obras y los artistas destacados en este lado del mundo?
Sí, es eso. Y mirar qué han comprado y qué hace falta. Soy el ojo nativo para América Latina. Ahora tienes que también entender que eso tiene un contexto político, y es que no tendría ninguna presentación que una institución europea o una americana presente una colección de esta región sin tener en cuenta el ojo de la región. Ahora soy yo, antes fue una venezolana y antes un mexicano. Soy el tercer curador en este cargo por tres años.
Tiene su parte detectivesca.
Hay que localizar una obra y, fuera de esto, si la logra identificar, no se sabe si la vendan o si hay con qué comprarla, es todo un juego de posibilidades…
Algunos querrán mostrarle su obra y usted va a desear ser invisible.
Siempre he tratado de ser bastante invisible. De todas maneras mi labor es mirar, es mi deber, yo tengo que estar mirando, tengo que estar al tanto. Por ejemplo, siento que estoy un poco desactualizado con la escena más joven colombiana porque estuve los últimos años por fuera.
¿Qué es lo que más le entusiasma de su nuevo trabajo con la Tate Modern?
Cuando estuve en el Banco de la República, más o menos veinte años, trabajé para darles visibilidad a los artistas locales y a los artistas latinoamericanos, pero como nadie venía a Colombia era un trabajo para el medio local. Nunca los centros de poder y de arte miraban hacia acá, ahora que están mirando yo formo parte de eso.
Para usted, ¿qué es el arte?
Yo diría que el arte es eso que nos muestra lo que el statu quo oculta.
¿Qué le atrae de un artista?
Una cosa que yo no tengo y es la ausencia de pudor. El artista se desnuda en la calle, es vulnerable, y esa vulnerabilidad es lo que más me atrae de un artista.
Un consejo para un coleccionista aficionado.
Que se deje aconsejar por alguien con experiencia, que siga su instinto también pero que se deje aconsejar.
¿Qué tanto pesa el conocimiento y qué tanto la intuición a la hora de escoger una obra de arte?
La intuición forma parte pero yo creo que el conocimiento es mucho más importante. Nosotros hicimos una subasta en Filadelfia y la gente dejó pasar una obra importantísima de Los Carpinteros (Marco Castillo y Dagoberto Rodríguez) de Cuba, estaba ahí pero como nadie sabía pasaron por alto una obra maravillosa.
En últimas, ¿quién sentencia lo que es buen arte?
o creo que el tiempo.
Ahora que cumple 50 años, ¿qué obra le gustaría tener en su sala?
Una obra de Dennis Oppenheim que se llama Attempt to raise hell (Intento de crear un despelote). Es un maniquí con una cabeza de metal que de pronto le pega con la cabeza a una campana de iglesia que cuelga del techo. Tiene un temporizador aleatorio, se puede demorar mucho o muy poquito, y genera una tensión que se puede cortar con cuchillo.
¿Por qué hay que vivir cerca de una obra de arte?
Porque le alegra a uno la vida.
Cuando quiere descansar de la curaduría de arte, ¿qué hace?
Me voy a Honda, Tolima. Allá escampo con ese sol. En los cuatro años que tengo la casa, no he abierto para nada el computador, no soy capaz de trabajar. El calor no deja que uno piense.
Jairo Dueñas Villamil | Cromos.com.co
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Tomado de;