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Me gustaría plantearle esta entrevista como un viaje de ida y vuelta entre América y Europa. El primer movimiento importante es su traslado desde São Paulo a Darmstadt y Mainz, donde se especializó en fotografía. ¿Por qué ese viaje? ¿Y por qué la fotografía?
-En 1989 falleció mi padre. Yo estudiaba Comunicación Visual en São Paulo y decidí parar mi vida, ver lo que pasaba en Europa. Mi padre era de origen alemán, de Kassel, y tengo familiares en aquel país. Llegué a Darmstadt porque una prima mía vivía allí y estaba dispuesta a recibirme. En aquella época estaba muy confuso y descubrí un nuevo camino que me llevó a profundizar mi formación en artes plásticas en una universidad alemana. Eso cambió mi vida. Trabajaba como asistente de fotografía en Frankfurt, y para mí era más importante el pensamiento en torno a la fotografía que el mero aprendizaje.
-¿La formación fotográfica que recibió en Alemania estaba en la línea de la escuela creada en Dösseldorf por los Becher? ¿Qué tiene su obra actual en común con esa fotografía “objetiva” alemana?
-La academia en la que me formé no tenía ninguna vinculación con la escuela de Dösseldorf. Mi relación con la Becherschule vino más tarde, cuando entré en contacto con Andreas Gursky y, posteriormente, con Thomas Struth. En 2002 la Fundación Bienal de São Paulo, a través de la galería de Gursky, me preguntó si quería acompañarle para hacer algunas fotos en São Paulo. Estuvimos juntos y tuve la oportunidad de conversar con él y de reflexionar sobre el punto de vista objetivo que implica la Becherschule. Más tarde, en 2004, tuve una experiencia parecida con Thomas Struth, que estuvo también en Brasil. Fue muy enriquecedor, y hoy sigo teniendo contacto con ambos artistas, que conocen mi trabajo y opinan sobre él. Pero todo eso no es para mí una regla fija. En Madrid, por ejemplo, presenté en ARCO02 unos trabajos muy diferentes, que pertenecen hoy a la Fundación ARCO.
-En 1997 vuelve a Brasil y debe comenzar desde cero. ¿Cómo se le ha tratado?
-Cuando regresé a Brasil, tuve, en efecto, que empezar de cero. Los primeros reconocimientos vinieron con exposiciones colectivas en Bahía, y luego en São Paulo, en Goiania... Para un artista joven es especialmente difícil hacer carrera en Brasil, pues muchas de las instituciones públicas y privadas reconocen y respetan muy poco al artista brasileño. Todavía hay instituciones que invitan a un artista para un proyecto y no le pagan nada. Utilizan su nombre para conseguir financiación y, encima, ganan dinero.
Entre la publicidad y el arte
-Trabajó como fotógrafo de moda, de decoración, para abrirse paso. A veces es difícil diferenciar un trabajo de encargo, publicitario o periodístico, del artístico. Aparte del lugar en el que se publican, aparte del tamaño o la calidad de reproducción, ¿cómo marca usted la frontera?
-Trabajé mucho como fotógrafo de decoración, de cocina o de moda inmediatamente después de volver a Brasil, para sobrevivir. Hoy todavía hago fotos para libros de industria, que describen las fábricas o los procesos industriales. Me gusta ese tipo de fotografía y ese tipo de cliente. Esa sí es la fotografía objetiva y descriptiva. No hay ningún sensacionalismo. Veo una relación directa entre ese tipo de fotografía y mi trabajo como artista. Una cosa influencia a la otra pero sin confundirse. Muchos de mis clientes industriales no conocen mi trayectoria como fotógrafo artístico, ni siquiera saben que la fotografía pueda ser arte. Para mí está muy bien así.
-El año pasado, fue seleccionado, junto a Chelpa Ferro, para representar en su país en la Bienal de Venecia. Allí mostró fotografías de majestuosos interiores barrocos. En otras series, no obstante, se ha volcado en el paisaje (que protagoniza su exposición en Madrid). ¿Cómo se relacionan los temas que trata? ¿Qué caracteriza la mirada que nos ofrece sobre la realidad?
-Para Venecia busqué interiores de poder en la historia de Brasil. La serie se llamaba Utopías amenazadas. También mis paisajes intentan registrar la grandeza como situación utópica. Brasil es un país de grandeza utópica. La utopía forma parte de nuestra cultura. Brasilia es una utopía, las iglesias barrocas cubiertas de oro son una utopía. La utopía es uno de los sentidos que busco cuando hago una fotografía de paisaje. A veces esas imágenes no parecen reales, de utópicas que son, pero son ciertas, es la pura realidad.
-Venecia le ha supuesto la apertura de muchas puertas. A pesar de las dificultades, de la falta de estructuras en Brasil, es un hecho que el mercado internacional sigue interesándose por el arte latinoamericano. ¿Es ser brasileño una baza que se pueda jugar en el mercado?
-Si pensamos que la ciudad donde nací y vivo, São Paulo, atravesó un descontrol urbano total la semana pasada, que la violencia se convierte en algo común o banal... Pero es el lugar donde vivo y siento una enorme pasión por su gente, por su naturaleza; ser brasileño es un gran valor en sí mismo. Pero creo también que es importante que los comisarios, directores de museos y los coleccionistas norteamericanos y europeos se interesen por Brasil.
La Naturaleza agredida
-Su exposición en la Casa de América se titula Reforma agraria. El Movimiento de los Sin Tierra afirma que hay 200.000 familias viviendo en campamentos, en tierras ocupadas y hasta en las carreteras. Usted muestra esa realidad dejando fuera de ella a las personas que la sufren, concentrándose en la tierra.
-Pienso que mostrar a una persona que sufre es una opción totalmente diferente dentro de la fotografía. Puede considerarse más como fotoperiodismo, algo que implica un instante, una ocasión. Y, por otra parte, todo eso puede llegar a ser muy peligroso, a causa de la banalización de la estética de la miseria. La Reforma Agraria es un problema muy serio que afecta a Brasil desde la colonización en el siglo XVIII. Los latifundistas explotan la tierra y a las personas en los monocultivos sin respetar la tierra ni a las personas. Igual que ocurría en el pasado, ocurre hoy. E igual que intento reflejar la grandeza del bosque tropical intacto, procuro también captar cómo reacciona la naturaleza tras ser agredida.
-Formalmente, sus fotografías se caracterizan por su nitidez su frontalidad, su gran tamaño y, como usted mismo ha precisado, por su afán de “estatismo”. ¿No le preocupa que puedan llegar a ser excesivamente frías, o mudas?
-No veo la necesidad de crear movimiento en la captación de las imágenes. Creo que la imagen habla por sí misma. Me parece muy interesante el hecho de que la gente entienda de modo completamente diferente una fotografía mía. La neutralidad hace posible el espacio para interpretaciones diversas.
-¿Cómo se sitúa usted en la tradición del paisaje, como género fotográfico y como género pictórico? ¿Qué futuro le augura?
-Siento un gran aprecio por las pinturas de los paisajistas europeos que retrataban la exuberancia de la fauna y de la flora brasileñas, con una intención más científica que artística. Autores como Rugendas, Debret, Tounay o fotógrafos como Marc Ferrez. Y me apasionan los cuadros de Caspar David Friedrich. El arte de mañana es difícil de definir, pero las tradiciones siempre estarán ahí.
Caio Reisewitz (São Paulo, 1967) se graduó en Comunicación Visual en la Fundación Armando álvarez Penteado en 1989. A principios de los noventa asiste a la Fachoberschule för Gestaltung de Darmstadt y entre 1992 y 1997, a la Universidad Johannes Gutenberg, en Mainz, donde se especializa en fotografía. Su salto a la escena internacional es muy reciente, y se ha consolidado con su participación, en 2004, en la Bienal de São Paulo (fue el único fotógrafo brasileño) y, en 2005, en la Bienal de Venecia, donde representó a su país. Trabaja con la galería Brito Cimino en São Paulo; últimamente ha expuesto en galerías de Milán y de Frankfurt.
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Tomado de:
http://www.elcultural.es/version_papel/ARTE/17787/Caio_Reisewitz/
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