Por Dominique Rodriguez Dalvard
Marzo 27 de 2013
El coleccionista Graeme Briggs creó el proyecto Lara que lleva a un grupo de artistas para elaborar una obra de la mano de un curador local e invitar al ganador a una residencia en otro lugar del mundo.
Y ganó Nicolás Consuegra (Colombia). Se ganó la invitación a trabajar durante tres semanas en el Museo Metropolitano de Manila (Filipinas), como resultado de la residencia que llevó a cabo en Honda, durante el proyecto LARA (Latin American Roaming Art).
Esta iniciativa fue creada por el coleccionista Graeme Briggs, banquero australiano enamorado de América del Sur y quien está apostándole al arte de la región. La naturaleza de su idea es encantadora y nació de la curadora chilena Alexia Tala: ir a diferentes escenarios del continente -principalmente ciudades secundarias-, llevar a un grupo de artistas para que elaboren in situ la idea para realizar una obra de la mano de un curador local (en este primer caso fue José Roca), elaborarla, y ponerla concursar con el incentivo de invitar al ganador a hacer otra residencia en otro lugar del mundo. Es un circuito interesante.
Esta iniciativa fue creada por el coleccionista Graeme Briggs, banquero australiano enamorado de América del Sur y quien está apostándole al arte de la región. La naturaleza de su idea es encantadora y nació de la curadora chilena Alexia Tala: ir a diferentes escenarios del continente -principalmente ciudades secundarias-, llevar a un grupo de artistas para que elaboren in situ la idea para realizar una obra de la mano de un curador local (en este primer caso fue José Roca), elaborarla, y ponerla concursar con el incentivo de invitar al ganador a hacer otra residencia en otro lugar del mundo. Es un circuito interesante.
El resultado de meses de trabajo por fin lo vimos el viernes pasado en NC Arte. Y fue emocionante. Caio Reisewitz (Brasil) produjo unas fotos características de su obra, paisajes lo suficientemente cerrados y ambiguos (¿es realmente cierto este paisaje?) para hacernos dudar de dónde estamos (¿un bosque con hojas coloradas en el piso es verdaderamente Armero?) y ese tono vintage de sus imágenes que parecen penetrar en otro espacio temporal. De hecho, el factor tiempo, el tiempo lento, el tiempo pasado y olvidado, definía varios de los trabajos. El de Leyla Cárdenas (Colombia) eran un par de puentes colgantes, ruinosos y oxidados, que aludían a un pasado lejanísimo, cuando esa Honda, que fuera una ciudad de paso obligado durante la colonia, alcanzó a ser referenciada y vivida como centro del modernismo al bordear el Río Magdalena. Pero que dejó de serlo, que se desmoronó. La ruina, esencial en su trabajo, se materializa en estas piezas poderosas. Por su parte, el trabajo ganador, de Nicolás Consuegra, es un ejercicio de silencio e inacción magistral. Dos columnas, recubiertas de espejo de arriba abajo, abrigan en su base dos vasos, vacíos, apenas puestos. Imperceptibles. Pueden significar la sed, el encuentro de tierra caliente en la calle, el final, el comienzo de algo. No importa, es la ambigüedad provocadora de la escultura de Consuegra, su sello.
Más allá, unas pantallas de plasma en media luna, empotradas sobre burdas bases de madera, contienen el paso de la vida al lado del río bullicioso, ese Magdalena que todo lo define (o unos de sus afluentes, el Guali, lo que lo hace aún más tenebroso), el miedo si es que se alebresta, la felicidad si de allí sale el alimento, el arrullo, siempre. Nada pasa, o poco pasa, o la vida pasa que, para nosotros será poco, pero para quienes allí viven es, simplemente así. La obra describe la parsimonia, pero no una cualquiera. Se trata de una que puede cambiar en un instante si es que la naturaleza así lo decide. Y allí, la pieza se vuelve total, es el preludio de algo, señala que no somos libres, que siempre dependeremos de algo, definitivamente más grande que nosotros mismos. Para nosotros, animales narcisos de ciudad, es un recuerdo de que somos apenas una fracción del universo.
Otra obra impactante es la escultura, ligera como siempre, de Rosario López (Colombia). Del techo penden unas telas livianísimas, blancas, perforadas, que para mantener su forma tienen en su base unas pesas metálicas. Es el río, el agua, pienso emocionada al ver los cortes que semejan olas. Luego veo que no es una representación del río per se, sino de las mantas de pesca que se lanzan en el río. Es una obra hermosa que busca ser transitada, penetrada.
La propuesta de Ximena Garrido-Lecca (Perú) es curiosa. Recrea en la sala de exhibición un espacio que le llamó la atención en Honda: la plaza de mercado, cuyo techo metálico parecería estar construido al revés (la punta va hacia abajo), dejando un vacío en el centro por donde se cuela la luz y el agua, ideal en una tierra ardiente como la de Honda. Allí dentro sucede todo, la vida de la ciudad se resguarda del calor, espera que las gotas de agua se filtren y caigan y alivien.
La de Pablo Uribe (Uruguay) es una videoproyección que abarca toda una pared, presenta a diversos habitantes de la ciudad, hieráticos frente a la cámara, tan artificiales como un retrato decimonónico. Hermosos. Quienes están allí, enormes para nosotros, recitan los nombres de los pueblos vecinos y las distancias que se tarda en llegar a ellos. Es un ruido que se vuelve melodía.
Y la de Alejandra Prieto (Chile) es una pieza poderosa. Acostumbrada a trabajar con el carbón, producto de la minería de su país, en Honda se ve atraída por una prensa de tabaco, dentro de la cual introduce carbón y caucho, otros de los elementos que se explotan en nuestro país y que son y fueron materia de tremendas disputas. Se alude a cierta tensión, que por la presión, podría llegar a estallar…
Finalmente, está el trabajo de Adriana Bustos (Argentina), en el segundo piso de la galería, que es fascinante. (También hay un par de de videos de Reisewitz, que son una curiosidad por la ausencia de protagonistas. Luego sabremos que es el calor el que espanta a cualquiera a cierta hora del día). Bustos retoma los mapas y esas especies de dioramas, característicos de su obra, y sobre ellos despliega un mundo dibujado que es tan delirante como maravilloso. De repente, Honda, el lugar de su residencia artística, se convierte en un universo -literalmente, hace un mapamundi muy peculiar- digno de ser contado, con referencias históricas, políticas, presentes y pasadas, irónicas y repeticiones absurdas de nuestros propios errores. A diferencia de un trabajo anterior, en el cual hacía la “antropología de la mula”, desde su concepción más animal hasta la metafórica que alude al narcotráfico, en este caso, su impresión queda marcada en el sentido de modernidad de una ciudad que se quedó en el sueño de ser grande. Su recorrido por la construcción de los varios puentes de hierro en medio de este paraje perdido, es tan riguroso como ingenuo para quienes los concibieron. Al ver semejantes moles ingenieriles no se sabe si preguntarse a quién le cupo en la cabeza que este puerto de río merecía la construcción de los símbolos del desarrollo y del diseño por excelencia: los puentes. Los dibujos de estos experimentos metálicos resultan la comprobación de que los sueños son posibles.
Esto es Honda. Honda caliente. Y creativa.
NC Arte
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*Fotos: cortesía Diego Guerrero.
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